Pocas veces la Playa Guanímar salió ilesa frente a la furia de un evento meteorológico. Nunca importó qué trajo la naturaleza; si fueron depresiones, tormentas tropicales, vaguadas, frente frío o huracanes…. El mar siempre penetró más allá de los límites deseados por sus habitantes y los puso cada vez ante la evacuación de sus vidas y el recaudo de los bienes.
También sé que en el corto o lejano plazo, con la corriente de retorno, esta comunidad (re) surgió entre los escombros ante cada prueba como quien burla los caprichos del cambio climático y se niega a desaparecer.
En este mismo rotativo, bajo el título Bañada en un mar de añoranza, hablamos sobre la tristeza que se apoderó de nuestra costa sur en medio de las carencias remarcadas por la COVID-19.
Acordamos en aquellas líneas que «la playa merece vivir, engalanarse cada verano, ser el sustento del pescador todos los meses del año y el alma de quienes la habitan, arraigo e identidad y deber en las agendas de quienes gobiernan».
Seis meses después, al calor de las celebraciones por el otorgamiento a Alquízar de las actividades centrales por el 26 de Julio en la provincia, vimos el sentir popular reflejado en una playa más bonita.
No pocos fuimos testigos de la alegría de sus pobladores y de quienes llegaron hasta allí en la última temporada veraniega para bañar en sus aguas las ganas reprimidas por tanto años.
¡Qué maravilla! El puente con sus escaleras, el malecón, las sombrillas. Finalmente la fotografía deseada, pensamos. Pero la felicidad no se prolongó en el tiempo.
El lunes 26 de septiembre, con la declaración de la fase de Alarma ciclónica ante el paso inminente del huracán Ian por la zona occidental, los guanimeros se dispusieron a cumplir con el protocolo aprendido y pasaron a las filas de las más de 82 mil personas evacuadas en todo la provincia.
El martes, en la mañana, este número era chiquito frente al dolor que trasmitían las imágenes captadas por los celulares de quienes llegaron primero hasta la playa luego del siniestro. Poco quedó de los días del resplandor y volvió a tenderse sobre aquellas aguas el manto triste de la desolación.
Pensé. No lo merecen. No lo merecemos. ¿Se pudo evitar? ¿Fueron escasas las manos para resguardar a tiempo lo que el viento se llevó? ¿Puede el hombre contra los caprichos de la naturaleza? Las respuestas no estarán en estas líneas, donde solo habita una certeza: la playa vivirá, porque ya nos puso tristes antes y hasta la dimos por enferma y sin embargo revivió. Basta con la disposición de los hombres: los que la habitan y gobiernan. Tomemos este sueño de las manos y aunque el camino por andar parezca tan largo como lejos está el horizonte de sus costas, echemos a correr desde ya el reloj de la recuperación.
Fuerza para seguir adelante los cubanos somos fuertes y venceremos