Jamás habrá aflicción tan grande como la de perderlo todo, y luego sacar fuerzas para volver a empezar. Los rastros del potente huracán Ian dos semanas después de su paso por el occidente cubano, permanecen sobre Bahía Honda, donde es fácil encontrar horas de terror estampadas en los ojos de su gente.
Más de cinco mil fueron las afectaciones de viviendas en este territorio al norte de la provincia. Los instantes que allí se vivieron, entre vientos que superaban los 200 km/h, y el instinto de “arrebatarle” a la naturaleza lo que les pertenece, se escucha en las voces de sus protagonistas en barrios y comunidades. Y si grande fue la intensidad del organismo hidrometeorológico, así es el anhelo de aquellos que esperan más solidaridad camino a sus montañas.
“Llevo cerca de cincuenta años viviendo en el barrio El Caracol, del Consejo Popular Luis Carrasco y jamás había percibido algo tan grande, y me atrevo a decir, el más fuerte”, cuenta una de sus vecinas Olga Prieto.

“Mis hijos no viven conmigo, pero días antes habían asegurado puertas y ventanas. Mi casa la habilité para evacuar a vecinos como siempre; fue algo que aprendí con mi difunto esposo y hoy lo mantengo porque no cuesta extender la mano a quien lo necesita.
“Recuerdo que, en medio del huracán, dos compañeras se sentaron en butacas detrás de la puerta para que no me llevara la puerta. Fue un susto tremendo porque el viento batía casi sin parar, y me tiró abajo la terraza. Todas aquí éramos mujeres, excepto un señor de cien años encamado y un niño. Luchamos juntos hasta el último minuto pues la vida es lo primero.
“Mis tres cuartos y la sala estuvieron a disposición del personal, y no faltó el cafecito caliente o el jugo de mango bien frío. En otras ocasiones hemos sido más, pero esta vez dos familias decidieron no venir porque no se esperaban tal magnitud.
“Es muy triste ver una persona llorando porque perdió su casa. Yo no quería asomarme a la ventana, mientras más viejo se pone uno, mayor es el miedo, y aquello no era cosa de juego, asustaba.
El despertar de la comunidad
Machetes afilados y sierras cortaban la madera y ajustaban las medidas para devolver las casas, entre todos. A la llegada de este equipo de prensa no poco era el ajetreo en esta comunidad montañosa donde la solidaridad los tenía bien ocupados.
Otros tocaban a la puerta para contabilizar los daños, y llenar una planilla por la que se regirá el trabajo durante estos días de acuerdo a cada necesidad. Es cierto que este tipo de fenómenos son comunes en el área, pero también lo es el gesto noble de quienes pusieron en orden sus vidas para después aliviar la del resto.
“Aquí nadie tiene que venir a decirnos cómo manifestar el apoyo. Una vez pasó el huracán conformamos una pequeña brigada de hombres para ayudar cortando la madera, abrir huecos y limpiar las áreas comunes. Concluimos en una casa y entramos a otra, porque el Sol y los chubascos son amenazas en la zona”, aseguró Pablo Márquez Márquez, conocido como René por los pobladores de El Caracol.

“Estoy a cargo de la oficina de trámites. En las noches hago guardia, y al día siguiente amanezco con la brigada. ¿Eso no es lo que nos hace grandes? ¡Pues pa lante, ahora toca levantarse!”, concluyó.
Vestido de verde, entre la gente, encontramos a Javier Valle Clavijo, el joven presidente del Consejo de Defensa Luis Carrasco, y a quien todos saludaban con distinción. Sucede que él no ha tenido descanso desde la preparación para afrontar a Ian. Aprendió a ser noble, como la mayoría allí, y reconoce cuánto significa su trabajo entre el lomerío.
“Puedo asegurar que no se ha perdido tiempo. Tenemos una población de 3 mil 115 habitantes y 574 viviendas recibieron impactos de forma parcial o total. Ya ha comenzado la venta de materiales de la construcción, y de forma paulatina según la gravedad iremos entregando estos recursos a las personas”, apuntó.
Según informó días atrás el Ministerio de Finanzas y Precios, el Consejo de Ministros aprobó que el Presupuesto del Estado financie el 50% de los precios de los materiales de la construcción, tanques para agua y colchones que se vendan a la población damnificada.
La medida busca brindar protección económica y social a las familias dignificadas. Asimismo, se esperan otras que repercutirán en la alimentación de toda la población artemiseña.
Cae al suelo un proyecto de vida
Las imágenes publicadas en los últimos días muestran los destrozos que dejó Ian. Una en particular, nos obligó a llegar hasta el poblado Quiñones para conocer a Yudilaimy Riveros Fernández, la maestra que casi lo perdió todo. Es una joven madre de 37 años, soltera y cuida de su progenitora anciana.
“A veces me da la impresión de que es un sueño, pero cuando me levanto y veo que es una realidad es muy duro. ¿Qué te puedo decir? Cada día que amanece, es peor. Desde que tengo 17 años trabajo, y es terrible verte sin nada, después de tanto esfuerzo.
“Logré poner a buen resguardo lo imprescindible en un cuarto de placa que construí para estos casos. Me mantuve informada desde el primer minuto, y preocupada, no lo voy a negar. Recuerdo que eran las 3:43 de la madrugada cuando decían en un parte en YouTube que el huracán había entrado por un punto en La Coloma, y te soy sincera, nosotros esperábamos los vientos, pero no de una forma bestial”, narra la joven madre entre lágrimas.

“Transcurrió la madrugada y a eso de las ocho de la mañana comenzamos a secar pequeños charcos que se hacían debajo de las ventanas. De repente las ráfagas de viento, y una vez de regreso al cuarto siento un estruendo similar a cuando se rompe un espejo grande, corrí y de repente me levantó todo el techo. Yo no creía aquello, no atinaba a lo que sucedía. Corrí para salvaguardar la meseta que había azulejado reciente, la ropa, el refrigerador y los escaparates.
“Los vientos y la lluvia no paraban, y yo no podía. Logramos entrar el frío y en cuestiones de segundo le llevó el techo a la terraza, donde logramos poner muchas de esas cosas. Yo solo miraba mi casita, lo que tanto me ha costado porque trabajo desde los 17 años.
“Al correr la noticia mis vecinos vinieron corriendo. Tapamos los escaparates para salvar la ropa, y trajeron comida para las niñas. Meses atrás había reunido un dinero con el que compré una mesa para que las niñas hicieran la tarea, cuando la vi en mal estado también se me vino el mundo arriba. Y aun sabiendo que la vida es lo más importante, no me logro recuperar porque es mi proyecto como ser humano, tenía una casa de muñecas.
“Recuerdo que siempre regañaba a las jimaguas porque pegaban el sillón a la pared o se caía pedazo de pan al piso, yo soy muy quisquillosa y ahora veo esto afligida… con las alas rotas”, señaló.
Yudi es maestra en la escuela rural Joe Westbrook donde los daños fueron considerables. Ella sabe que allí también se le necesita, y esa será una manera de aliviar el sufrimiento. Viven en un pequeño cuarto hasta tanto sean beneficiadas con fibras para devolverle su techo. Y dice ser lo único que requiere, porque los pocos adornos y comodidades, las volverá a conseguir, con su salario, y sobrada voluntad, como toda guerrera.
Estas historias ponen ante nuestros ojos la gravedad y el duelo. Nada se compara con el cambio abrupto de la rutina, y volver a empezar. Los Pozos y el Morrillo fueron otras comunidades duramente afectadas en Bahía Honda sin embargo se espera que en los próximos días un nuevo amanecer despierte las esperanzas en sus montañas. Justo bajo las enseñanzas de nuestra Revolución, y la experiencia de convertir, como el amor, en milagro al barro.
