Nadie sabe, a ciencia cierta, qué pasa por la mente de un niño cuando vientos huracanados lo dejan sin sus juguetes preferidos, cuando ven a sus padres llorar de angustia por lo perdido, algunas paredes y un pedazo de techo se rajaron, y la lluvia llegó hasta su closet para convertir en más desespero hasta el pulovito más querido.
Despejar ese panorama, para que sean los adultos quienes piensen en la recuperación, es precisamente la tarea con la que por estos días abrieron muchas escuelas, esa que como nunca se transforman en esparcimiento para calmar la desesperación de familias artemiseñas y pinareñas que vivieron de cerca el caos.
Hasta una institución escolar en San Diego de los Baños, Los Palacios, Pinar del Río, a 75 metros por encima del nivel del mar, después de cruzar la carretera aún poseída por la presa La Libertad, que casi incomunica a ese consejo popular, llegó Olga Montes, la escritora artemiseña que crea brujas y escribe teleplays para la televisión.
Respondió con beneplácito al llamado de la Casa de la Música para ir a un sitio de Pinar donde el lunes se hizo martes con Ian, más de seis horas azotando a humildes viviendas y preciosos parques. Ellos —los de la Egrem— ya habían dado igual respuesta a el artemiseño, que cedía sus horas de trabajo al periódico Guerrillero, de Pinar, pues nos es más fácil llegar a Los Palacios.
Así de rápido cargamos discos, afiches, banderas, libros, ropa, libretas, aseo, mucho donado entre algunos, y sobre todo voluntad desinteresada para llevar esperanzas. Hasta el chofer del taxi, Yoel y el nuestro, Juventino, fueron promotores culturales por un día, y crecieron por dentro dando lo que tenían a su alcance: fuerza interior.
Por coincidencia llegamos a una escuela de las 31 afectadas por el huracán en ese municipio: la Ciro Redondo García, de San Diego, y les hablamos de ese artemiseño, nuestro patriota insigne.
Poco más allá, se nos hablaba de uno de los músicos de la agrupación artemiseña Son de Solar, residente en Los Palacios, y nos llamaba un antiguo dirigente de la juventud artemiseña, que ahora lidera un frente en el Partido de este vecino municipio, mientras parte de la comitiva, tal vez el más longevo, Cristóbal, rememora el checo de Los Palacios a Artemisa, y otras idiosincrasias que nos unen.
¡Fuimos a dar y recibimos más! Las enseñanzas de gente que a siete días del huracán, revivía esperanzas, aún sin agua, sin casas muchos, sin corriente y sin linieros cerca, pues trabajaban en el centro del municipio, con su propia brigada en espera de refuerzos.
Un balneario que en vez de curar, esperaba cura, el parque La Güira desbastado que demorará en ser frondoso, al igual que los milenarios árboles de los tres parques de San Diego, la mayoría exhibían con sus raíces…
Compartimos —siempre sin electricidad— con tabaqueros que secan una a una las hojas de tabaco, empresarios que levantan su ranchón, mientras hacen comida para otros, quienes preparan un cumpleaños, pues la dicha de 12 meses más no puede ser borrada por ningún huracán, un hotel de Comercio que recibe, y les cocina con carbón, a las cuatro familias de San Diego que quedaron sin hogar, y más….
¡Hay vida!, y la capacidad de levantarse se renueva, y Pinar, Los Palacios, San Diego, y Artemisa, son del mismo caimán. Allí va nuestra gente a rehabilitarse de invalidez y parálisis, otros a tirar su mejor foto de 15 primaveras, y algunos, como nosotros, a recibir lecciones de resistencia y amor en los más difíciles tiempos.
Mientras el taxista nos dice, “para obras así cuenten siempre conmigo”, y nosotras empezamos a discernir entre tantas notas acopiadas en la agenda e imágenes del lente de Otoniel, cuáles son las mejores para describirle a Pinar cómo está Los Palacios, Olga regresa con un nuevo guion, otro teleplay nombrado esta vez, Sonrisas, “pues esas sí no se las puede llevar ningún huracán”, asiente.