Dicen los números güireños que 480 habitantes tiene Cajío, en ese Sur donde siempre los huracanes dejan marcas; dicen también que esta vez 95 pobladores de allí fueron al centro de evacuación y 340 se evacuaron en casa de familiares o amigos… ¡La cuenta no da!, pero sí al tentar muchas historias sensibles de gente que se aferró a ese trozo de mar, y dicen también haber vivido horas terribles, mientras sentían cómo el huracán tocaba su pedazo de costa.
Llegamos 72 horas después de tanto viento fuerte, de la entrada del agua, el fango y la agonía, cuando solo era la luz del Sol la que irradiaba a pesar de no vislumbrar ni un poste caído, cuando ni siquiera la fuente de abasto de agua potable daba señales de vida, ni con un grupo electrógeno. Incluso percibimos un camión-pipa de Acueducto, perteneciente a la entidad provincial; lo maneja un lugareño pero por dificultades en la caja de velocidad el vehículo permanecía inmóvil a orillas de su vivienda.
Llegamos cuando ellos, lo de allí, andaban descalzaos entre tanto fango, y querían respuestas mientras nosotros solo hacíamos preguntas; cuando el lino aún estaba en las ventanas y las marcas a medio metro del piso denunciaban hasta dónde llegó el agua salada.
En la bodega dosificaban —como es normal— el pan de cada día, y la leche para los más pequeños: pero, ¿dónde hervirla? Gajos de los pocos que se encontraban secos constituían la solución para algunos.
El pregón y un ruido de esos de riquimbili cada vez más cercano anunciaban algo: era la alegría de mermeladas de guayaba de uno y dos litros (100 y 170 pesos, respectivamente), el primer alimento traído desde afuera, esta vez con el sello de la minindustria de la CCS Frank País.
“Tenemos otros productos, pero, ¿cómo envasar sin electricidad? No obstante, hemos vendido unos 200 pomos de este tipo en la mañana, me dice un profesor de Geografía de la escuela mixta Xitón Comadan, quien más que el dato traía a mi agenda la virtud de ser útil.
Otra muestra de solidaridad se veía a lo lejos, sin más costo que el agradecimiento. Así lo aseguró una de las vecinas de Cajío, a quien un amigo le hizo el favor de traerle agua. Por eso pedía ingente cubetas limpias en casa de Milagro Caridad Serrano Cámara y su hijo Alexander. ¡Agua potable y gratis!, compartían entonces muchos vecinos, en fila.
Hubo reclamos —en buena y mala forma— de las familias de Cajío, una de las cinco comunidades vulnerables de Güira de Melena, que esta vez precisaba de más miradas, manos, acciones, atención… ¡Cajío necesitaba más!
Hubo recortes de Granma, el habanero y el artemiseño capaces de rememorar que no hay evento climatológico que no los lastime, que siempre llegamos a hurgar en sus sentimientos, que cierta vez el moncadista artemiseño y Comandante de la Revolución Ramiro Valdés, celebró hasta un cumpleaños en Cajío.
Y hubo también una historia, sin comprobar por este dúo, de que otro Comandante, Ramón Machado Ventura, asignó una ambulancia y un camión-pipa para esta comunidad, vulnerable siempre; pero ambos vehículos son solo un recuerdo.
Sin ser absolutos, se comprueba el porqué de la leyenda, la que se ha contado por generaciones. No fue fantasía este 27 de septiembre, el mar volvió a entrar y su pueblo vivió la historia más dura después de 18 años… las aguas que llegan desde el Caribe se juntaron a los vientos del huracán Ian para dejar casi sin consuelo a su gente.
Tan bien nos lo cuenta Omar Felipe Mauri «(…) Unos dicen que el indio Cajío vigila siempre el mar y por eso no puede colocarse de espaldas al agua. Otros, que cuida de su hijo que se convirtió en pez cají para alimentar a su pueblo. Y otros, que después de casarse con la bella Sibanacán, murió defendiendo a su tribu de la conquista española (…)
Casi cerramos la agenda y vamos marcha atrás cuando alguien nos dice que llegó a Cajío agua potable de Acueducto, y el restaurante que vimos puertas cerradas daría servicio a su gente, noticias que nos sacuden, pero no son tan noticias.
Terminó este equipo sus preguntas en Cajío, ahondando en por qué no se van de allí, y siguen soportando la furia de la naturaleza para después renacer entre tanto desconsuelo?
Por esta vez, la premura no nos permitió encontrar respuestas, pero volveremos, porque sus pobladores merecen otra edición. ¿Qué le hace falta a Güira para tener a Cajío en su lado izquierdo, en el del corazón? ¿Cuál es la razón que impide que las entidades estatales que le rodean posean el sentido de pertenencia para “amar su arena hasta la locura”, como tomo prestado de una canción del ariguanabense Silvio Rodríguez?
Pues bien lo canta él “(…) Debes amar el tiempo de los intentos. Debes amar la hora que nunca brilla. Y si no, no pretendas tocar lo cierto. Sólo el amor engendra la maravilla. Sólo el amor consigue encender lo muerto”.
Por Yudaisis Moreno y Alejandro Lóriga
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