Me recibe en su casa, con sobriedad en cada gesto, los ojos llenos de historias, la voz calmada, el corazón lleno de tiza y mil recuerdos atesorados. Acela Rivero Navarro es maestra de generaciones de caimitenses. Sin embargo, su sueño de convertirse en educadora parecía imposible al no contar con el dinero suficiente para la continuidad de estudios.
“Logré graduarme en buena medida gracias a la constancia de mi familia; pero sobre todo a la profesora Elisa Villegas, conocida por todos como Nena. Ella me hizo repetir dos cursos en primaria y me compró el uniforme para continuar la primaria superior, en Bauta, lo que hoy sería la educación secundaria.
“Mi papá era campesino y no podía costear el uniforme. Al terminar mis estudios allí, pasé a la Escuela Normal de Maestros de la Habana, donde cursé el magisterio. El pasaje costaba 30 centavos y yo iba con la cantidad exacta para la ida y el retorno; no tenía dinero para más…
Sus compañeras, según narra ella misma, podían albergarse o disfrutar de los alimentos en la cafetería. “Fueron años de mucho sacrificio de mi parte y de mi familia. Conseguir esa cifra suponía un tremendo reto; pero no me arrepiento y le agradezco mucho a mi madre. Me gradúe con honores y comencé a trabajar como maestra sustituta.
“Antes del triunfo de la Revolución era muy común esto; yo cubría las aulas ante la ausencia de otros educadores. Durante tres años pasé por varias escuelitas rurales y urbanas, hasta que me ofrecieron una plaza fija en Batabanó. Una vez más comenzaron los viajes diarios, hasta que los padres de uno de mis alumnos me acogieron de lunes a viernes. Esa alumna aún me llama, tiene 80 años”.
Enamorada del magisterio, lectora voraz y martiana ante todo, a veces la memoria le juega malas pasadas y no puede reconocer a sus antiguos discípulos. “Han cambiado mucho, de esos niñitos de primaria o secundaria a hombres y mujeres hoy, pero siempre ha sido mi mayor orgullo escuchar en la calle como me llaman maestra”.
Recuerda con cariño la Campaña de Alfabetización, un proyecto para llevar la educación a quienes no habían podido acceder a ella. “Nos citaron a todos a una reunión; allí explicaron en qué consistiría la Campaña y pidieron maestros. De ese teatro lleno de personas solo tres levantamos la mano. Me designaron para Cabañas, entonces perteneciente a Pinar del Río, pero me quedaba muy cerca de casa.
“Enseñamos a las personas adultas a leer y a escribir, lo hicimos en la propia escuela de aula única, en el horario nocturno. Recuerdo sobre todo a un muchacho joven que resaltaba entre aquellos 12 campesinos curtidos por el Sol y el trabajo duro. Siempre me pregunté por qué él no había podido estudiar con anterioridad”.
Al concluir la campaña, por los azares del destino, conocería a su esposo. Ambos coincidieron en un homenaje. Él, combatiente de Girón, ella alfabetizadora. Desde entonces el respeto y el amor los uniría.
“En esa etapa muchos profesionales abandonaron el país, y existía una necesidad muy grande de profesores de secundaria básica, así que me fui a impartir Biología. Daba las clases a mis alumnos y estudiaba a la par para titularme como profesora de esta enseñanza.
“Pasé luego a formar maestros emergentes, en Caimito y en Bauta. Impartíamos licenciatura y cursos de completamiento. Entonces mis dos títulos no eran suficientes, así que con más de 40 años matriculé en Ciudad Libertad para obtener la licenciatura en Biología. Siempre me fui superando, sin dejar de dar clases. El aula era mi pasión, ocupé otras responsabilidades, pero regresaba al salón una y otra vez.
“Me jubilé con 57 años pues mi mamá necesitaba cuidados. Mi padre había fallecido y ella fue mi pilar, siempre acompañándome. Era ella quien reunía esos 30 centavos diarios y me cuidaba a las niñas para poder hacer todo cuanto logré”.
La educación, como dijera el Apóstol José Martí, es una obra de infinito amor. Acela es el vivo retrato de cómo es posible estar donde se es más útil. A sus casi 89 años, tiene dos hijas y cuatro nietos, un montón de anécdotas y reconocimientos, más la gratitud especial a esos maestros que supieron apreciar su talento y la ayudaron a cumplir su sueño.
Entre los lauros recibidos en su trayectoria, sobresalen la de educador destacado del siglo XX, la distinción Rafael María de Mendive y la de la Educación Cubana. Así como la medalla de la alfabetización.