Esta es una opinión personal, escrita a riesgo y sin miedo a quienes se oponen, esos mismos que quizás me tilden de ilusa o utópica. Este 25 de septiembre mi voto en el referendo popular por el nuevo Código de las familias será sí: lo hago por mí, por mi familia y sobre todo por mi hijo.
Quiero dejarle una sociedad más justa e igualitaria, donde el amor, la aceptación, los derechos y las responsabilidades primen, más allá del tipo de composición de cada familia. Quiero verlo crecer junto a sus abuelas y que luego las cuide, como lo hacen ahora ellas con él.
Mi Alan debe conocer que en ocasiones el amor traspasa la barrera de lo considerado “correcto”, para comprender incluso por qué tiene dos tíos que se aman.
Sabrá sobre lo variopinta de la actualidad cubana, con padres cuidadores de hijos y mujeres que maternan solas. Y como no pretendo ocultarlo en una burbuja también conocerá el rostro feo del abandono o la violencia intrafamiliar, aspectos tristes pero reales en algunas familias.
El documento es necesario e imprescindible, pues abre una nueva etapa en bien de todos. Sin demeritar el Código de 1975, este nuevo que se somete a aprobación popular es el reflejo de cuánto han cambiado Cuba y sus habitantes en 45 años, teniendo en cuenta las diferentes visiones y maneras de entender la vida.
El título por aprobarse recoge aspectos en pos de regular la vida familiar. Temas como el vientre solidario, la responsabilidad de los hijos hacia sus padres, la aceptación de disímiles composiciones de núcleos familiares son algunos de los aspectos reconocidos.
Aunque no los únicos, está dando continuidad a lo aprobado en nuestra Constitución sobre el derecho de igualdad y la no discriminación que poseen todas las personas.
El texto consta de 11 títulos y 474 artículos, donde el afecto y la solidaridad prevalecen como ejes reconocidos en temas de familia. Busca evitar la violencia en este espacio, con efectos jurídicos y la denuncia de situaciones de este tipo.
Ampara con más derechos a los adultos mayores, niños, jóvenes y discapacitados, los más susceptibles de segregación en el hogar u objetos de maltrato físico y psicológico.
De la responsabilidad parental y la autonomía progresiva, dos términos temidos, solo puedo asegurar que quienes hemos leído sobre la crianza positiva y la adoptamos, entendemos que ambos conceptos le permiten al niño la toma de decisiones acordes a su edad, volviéndose un adulto funcional y más feliz.
Otras novedades versan sobre la posibilidad de la elección del apellido del hijo y sobre el reconocimiento de otro padre, y cuántas historias no conocemos donde un “padrastro o una madrastra” han asumido el rol, sin poder llevarlo a efectos legales.
Nuestro código ha recorrido un largo camino. Yo al menos ya lo siento mío, desde su redacción y formulación hasta la consulta popular. Solo nos queda decidir en las urnas, pensando siempre que el sí entraña un futuro mejor para todas las familias.