Tú estás hecho de desvelo
de roble, de cardosanto,
de la lluvia con su manto
y del silencio y su vuelo.
Tu mundo es un paralelo
de humildad y valentía.
Un manantial de armonía
pariendo versos sonoros
que te salen por los poros
cubiertos de poesía.
Aprendiste el alfabeto
arando surcos de escuela
que vistieron tu espinela
con un traje de respeto.
Vas en pos, siempre del reto
domesticando el idioma,
con un látigo que aroma
la palabra, si es distinta,
y la palabra te pinta,
ardiendo en tu llama asoma.
Recia estampa de guajiro
¿Qué andares cubrió tu paso?
¿Qué sinsonte tejió un lazo
de versos sobre el suspiro?
Vengo aquí y a ti te miro,
a tu vida hecha canción,
crecida en revolución
como un milagro que canta
y siembra con su garganta
un semillero de acción.
Pasa el tiempo en fotogramas,
pasa el niño, pasa el viejo.
El camino es un reflejo
de versos que en ti derramas.
La vida hecha de tramas,
de cortes y pequeñeces,
de mar, de piedras, de peces,
de heridas en la costilla,
de plantar una semilla
y ver el fruto que crece.
Que humilde va la mirada
pero sabia, tras tus ojos,
desenterrando manojos
de octosílaba cascada.
Eres voz anticipada
a un relámpago verbal
y allí donde el fuego oral
da convite a la espinela
tu verso se arma de espuela
en boxístico caudal.
Hoy busco en las manecillas
del tiempo todo tu brío
y pienso, al soñarte río,
que eres tú las dos orillas.
Toro manso si apestillas
su corriente y al pasar,
sobre el torrente angular
que va luchando las horas
te ve salpicando auroras
de ejemplos, en su cursar.
¡Qué estrecha está para hablar
la décima, al decir: Renito!
¿Con qué palabra yo imito
el huracán de tu andar?
¿Qué estrella crepuscular
me dé un adjetivo claro?
Si rimo, buscando amparo
bajo la luz que te nombra,
y es tu huella la que asombra,
tu vida se ha vuelto el Faro.