Cuando a tía le propusieron vivir lejos de su tierra dijo un No tan rotundo como una sentencia. En plena flor de la vida, con una prominente carrera en la arquitectura y su único hermano instalado en Artemisa, abandonar la ciudad más oriental del país tal vez era la oportunidad de triunfar y la invitación que muchos andaban buscando.
Décadas después, todavía le atan a Guantánamo demasiados recuerdos y amigos, esos que han permanecido junto a la cabecera de su cama en el hospital, la visitan cualquier tarde o la llaman al teléfono casi todos los días.
Esa familia de mi tía no comparte sus apellidos; ni siquiera el color de la piel en varios casos. Tampoco viven en el mismo apartamento o portan su grupo sanguíneo: la quieren de verdad, y eso me basta para sentirme tranquila, a 18 horas de distancia sobre una Yutong.
Hay miles de María por toda Cuba, de eso estoy convencida. Gente que encuentra abrigo entre los vecinos y se alimenta del afecto sincero, sin importar de dónde viene.
Nuestra familia, al menos por ahí, rompió los moldes que casi siempre encartonan y frustran. ¿Cuántas viven ahora mismo situaciones similares? No tengo a mano la respuesta, pero el Código de las Familias sí las abraza por igual.
Quiere tener en cuenta a los abuelos privados del derecho de compartir el cariño de su prole, las amas de casa consagradas al fogón y la limpieza, las parejas o seres humanos que han intentado sin éxito concebir un hijo, la igualdad de género en las labores de cuidado familiar.
Pretende reforzar la protección de niños, ancianos y personas en situación de discapacidad, mientras les reconoce derechos, garantías e inclusión.
Valora las relaciones de pareja estables, sin que el papel firmado determine la solidez; determina la obligación de proporcionar lo necesario para satisfacer necesidades a quien lo requiere, lo mismo por parte de padres, tíos, abuelos u otros parientes.
Y hay muchísimo más. Durante tres meses el texto recorrió comunidades, centros de trabajo y estudio. Fue explicado por nuestros juristas en los medios de comunicación. Goza del apoyo de cientos de cubanos, aunque las campañas de descrédito intenten demeritarlo, y algunas personas aleguen principios y hábitos que le impidan respaldarlo.
Por supuesto que tienen derecho a elegir; para eso se lleva a referendo popular, que significa, en definitiva, consultar al pueblo sobre decisiones trascendentales, de interés común.
Su opinión cuenta y hasta puede definir el porvenir de una nación que promueve el anhelo martiano: con todos y para el bien de todos.
Pero si brinda soluciones legales a conflictos cotidianos, si arropa a los vulnerables y establece responsabilidad sobre la base del cariño, no del abuso de autoridad, ¿tampoco responde a sus expectativas? ¿Qué futuro quiere usted?
Solo puedo asegurar mi apoyo a este texto vivo, oportuno y superesperado. Hace justicia a los que nunca la han tenido, y refuerza deberes y derechos, libres de distinción.
Espero que también lo lea y aprecie antes del 25. Lo que le resulte incomprensible, está a tiempo de esclarecerlo. De ese modo se hará un juicio propio de qué tipo de lazos fomenta el documento, esos que al principio pocos llegan a comprender, y luego nos saltan a la vista tan cerca, pues forman parte de nuestros hogares y realidades.