Aún no sé cómo empezar este escrito, aún no sé si lo terminaré acaso.
Por primera vez en estos interminables días en dónde he visto el humo correr, el fuego devorar y sentir a Matanzas mía, como creo la ha sentido buena parte de Cuba, parece que al final le ganamos al fuego. No sin una herida grande, inmensa en el corazón.
Solo puedo pensar en la valentía de quienes llevan más de 72 horas batidos a puro coraje, mirando de frente a un dragón que amenazaba con devorar todo, con acabar con todo.
Pero hay hombres y mujeres de estirpe, que nos han mantenido rezando, yo que no creo ni en los extraterrestres, pensando que muchos deben regresar a casa, volver. Se merecen un baño caliente, la comida casera, descansar en cama, una medalla más allá de lo material.
Solo pienso en lo que le debemos a los muertos y arrodillarnos ante los sobrevivientes, a quienes en buena medida le debemos un altar, lejos de formalismos, un altar sobre todo de amor.
Han sido jornadas intensas, admiro a mis colegas en primera línea, cubriendo minuto a minuto lo que pasa, corriendo incluso para salvar la vida. Admiro a los bomberos, al personal médico, a todos los héroes anónimos que dieron sus casas para alojar, sus carros para transportar.
Gracias a la ayuda solidaria: la interna y la internacional; en especial a los mexicanos y venezolanos, que nos sostuvieron cuando gritamos que lo necesitábamos; a toda Matanzas por resistir.
Nos quedan días tristes, de encontrar a los desaparecidos, muchachos que estuvieron allí donde hacían falta, quizás algunos me acusen de ingenua, pero he leído a unos cuantos bomberos y en algo coinciden, un comando es una inmensa familia; donde el jefe es el padre.
Queda contabilizar el daño, pensar en la recuperación, pero tengo confianza en que podremos salir de esta. Somos hijos bendecidos, somos nietos de mambises, somos un pueblo de corajudos.
Le debemos un montón a la naturaleza, espero pueda perdonarnos, no fue intencional el daño.
Han sido días de sangre y fuego, bien podremos escribir una historia más, otra en dónde David volvió a vencer a Goliat, y por si las moscas exclamo siacará, para los supersticiosos.
Pido un minuto de silencio, un instante para descansar, sacudirse la pesadumbre y luego exclamar ahora sí no puede rendirse nadie.