A juzgar por su andar, los años pesan e inciden incluso en su memoria, no tan fértil como a los 17, cuando mochila al hombro se enroló en las acciones combativas del Ejército Rebelde, organización armada revolucionaria creada para llevar a cabo la Guerra de Liberación Nacional (1956-1958) contra la dictadura de Fulgencio Batista.
El día de nuestra entrevista, Francisco Naranjo Gallardo llegó acompañado por Gustavo Álvarez, un jubilado de las FAR que caminó con él más de medio kilómetro hasta la Casa de los Combatientes de San Antonio de los Baños, y aunque sus piernas lucían agotadas por la travesía, sus labios no dejaron de contar, al detalle, aquellos días de la Sierra en que conoció a Fidel, “todo íntegro, revolucionario hasta los huesos, recto, exigente, amigo y hombre completo”.
Naranjo Gallardo nació en la finca Mojacasabe, en la llanura camagüeyana, zona que no debe pasar por alto en la historia de Cuba, al ser escenario, durante la Guerra de los Diez Años, de uno de los combates más violentos librado por Máximo Gómez frente a tropas españolas.
“En 1958, luego de muchas acciones revolucionarias, sabíamos que no había marcha atrás y la única manera de ser libres era a través de la lucha armada; por eso muchos jóvenes, entre ellos yo, tomamos la decisión de seguir la estrategia combativa liderada por Fidel.
“Me integré a la columna 13 Ignacio Agramonte, la primera del frente guerrillero de Camagüey, creada para expandir el teatro de operaciones militares del Ejército Rebelde, que ya operaba en la Sierra Maestra, con el fogueo de sus hombres en las más duras condiciones de vida en campaña, pero aprovechando el conocimiento y las ventajas del terreno que les facilitaban movilidad y sorpresa.
“A los combates íbamos sin pensar en las consecuencias. Todavía se me hace un nudo en la garganta, porque de una balacera solo queda el sonido de los plomos y la imagen de los cadáveres de tus compañeros que te caen al lado, y tú, con la rabia que atraviesa la garganta y disparando, a veces para honrar a tus muertos, otras porque matas o te matan.
“A mi edad eso de la guerra queda como un mal necesario que prefiero archivar en mi memoria”.
Naranjo Gallardo reconoce que subió a la Sierra sin apenas saber leer y escribir. Allí, entre los propios combatientes de mando superior, y bajo las órdenes de Fidel, perfeccionó la lectura y escritura, del mismo modo en que afinó las estrategias combativas.
Habla con cariño también de aquel día en que Raúl lo bautizó, de modo que lo considera su padrino.
Voltea la mirada hasta la efigie del Comandante en Jefe que permanece de pie (tamaño completo) en la principal sala de la Casa de los Combatientes del Ariguanabo, localidad donde vive hace más de 40 años, y remacha con pausa: “Que nadie lo dude, Fidel es un hombre completo”.