¡Cuánto dolor e inseguridad vivió Lázaro Díaz Licor por miedo al rechazo, pese al cariño de los suyos! Varias novias de fachada y cuatro matrimonios intentaron saldar exigencias sociales, pero los sentimientos no pueden ocultarse toda la vida.
Aunque no lograba la plenitud espiritual, siempre añoró ser padre, y al cuarto intento lo consiguió. Cuando la niña tenía un año y medio, sobrevino la separación y la madre abandonó el hogar.
“En aquel momento me hice cargo de la pequeña, hasta casi los cinco años, cuando ella regresó con la intención de llevársela, lo cual le costaría trabajo”.
Ahí sobrevino un intenso conflicto judicial e intentos individuales poco ortodoxos por acaparar la atención de la niña. Según narra Lázaro, “en el primer juicio las pruebas, los testigos y las razones del amor inclinaron la balanza a mi favor. Gané el derecho a tenerla, pero ella no estuvo de acuerdo y fue hasta el Tribunal Supremo.
“Utilizó como argumentos mi orientación sexual, la presunta incapacidad para criar a mi hija por vivir con otro hombre, e incluso un dudoso contubernio con la jueza de Artemisa”.
A raíz de esto hubo otro juicio y perdió la compañía de Lázara Julia, sin al menos la posibilidad de verla los fines de semana. Inconforme con el veredicto, “contraté un buen abogado, que me ayudó a poder disfrutarla sábados y domingos”.
Pasó el tiempo de forma implacable, entre cerrojos cuando visitaba a la menor en la casa materna, muchos impedimentos y desconfianza. “Fracasó mi intento de llevármela en una oportunidad”, reconoce Lázaro. Finalmente Julia creció lo suficiente para comprender y aceptar su elección.
“Un día me dijo: ‘papá, no te escondas más; nunca te daré la espalda. Eso me llenó de orgullo y tranquilidad, pues me preocupaba su desaprobación. Luego se enamoró de un muchacho y vinieron a vivir cerca de mí”.
Entretanto, Julia recuerda el aislamiento al que fue sometida. “Apenas me dejaban salir de la casa, y en la escuela me mantenían vigilada para evitar el contacto con mi papá.
“Yo me fui dando cuenta poco a poco de lo que ocurría, pues por lo general hay una mujer, y a él lo veía con mi padrino. Dos amigos me ayudaron a acercarme y explicarle que jamás lo iba a rechazar.
“Mi papá ha sido de oro, incondicional. Cuando salí embarazada creían que era mi esposo, porque me acompañaba a las consultas”, sonríe.
“Lo importante para los niños es el cariño de familia; da igual la estructura de esta, porque en ocasiones mamá y papá permanecen juntos y en las casas se vive una odisea”, afirma Julia.
Mientras, para Lázaro, los principios que defiende el Proyecto del Código de las Familias debieron haber regido desde mucho antes en nuestra sociedad.
“Por mi hija di la vida, y ahora la entrego el doble por mi nieta”, sostiene.
Ese sentimiento paternal parece heredado de su progenitor, que se quedó solo con nueve niños tras la muerte de la esposa. “No regaló ninguno y me aceptó hasta su último día”.
Gracias al apoyo de Lázaro, Julia puede criar a Audrys y cuidar de su padrastro, atado a una silla de ruedas a causa de la diabetes.
Inesperadas vueltas del destino han reconfigurado a esta familia artemiseña, regida por el afecto, despojada del rencor, sin deudas con los errores del pasado.
Tiene Lázaro mucho por entregar aún. Trabaja en la UEB Cría de Patos Ceiba 8, donde es el secretario de la sección sindical y mantiene excelentes relaciones humanas con el colectivo. Incluso ofrece un consejo a quienes todavía no se aceptan como son. “Piensen en su felicidad y no en la ajena”.
Que nada detenga la realización personal bajo una sola ley: la del amor.