El año anterior creí divisarlo entre la hierba, demasiado alta para un lugar histórico donde hicieron prácticas de tiro los futuros asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Regresé meses después con la esperanza de encontrarlo, pero me resultó imposible.
La vegetación había avanzado hasta cubrir casi por completo el pozo de Fidel, como le conocen los trabajadores más experimentados de la fábrica de cemento Mártires de Artemisa, encargada durante mucho tiempo de su limpieza y conservación. En un subterfugio interno, los muchachos resguardaron las armas del odio de las hienas de Batista.
No quedan restos de la valla de concreto que desde 1987 señalaba el sitio en la otrora finca Sánchez, menos de la acera, las astas y banderas, bancos y luminarias para permitir al visitante apreciar un fragmento muy valioso de nuestra identidad.
Así lo recuerdan Daniel Suárez Rodríguez, presidente de la Unión de Historiadores en la provincia y René Santana Chirino, nieto de Francisco Chirino Milló, desde 1939 propietario de las tierras que heredaron el apellido de su dueño anterior.
Según René, su padre Ricardo Santana conversó con la que era su novia entonces, Nelia Chirino, y le comunicó las actividades revolucionarias en las que andaba, además de la orientación de buscar lugares confiables para ejercitar la puntería de los jóvenes artemiseños.
“Pipo se había percatado de las inconformidades de mi abuelo con la dictadura batistiana; por eso le consultó a mami la posibilidad de proponerle prestar su propiedad. Ella lo hizo, y el viejo solo pidió garantías de seguridad para él y su familia, pues se jugaba hasta la vida.
“Ricardo Santana le prometió máxima discreción; comentó que pretendían ir sobre todo los sábados, a fin de confundirse con los ruidos de la calera de la época, e incluso justificar el alboroto a cuenta de supuestas cacerías en los montes cercanos”, rememora René.
“Asistieron unas seis o siete veces, y en la última estuvo Fidel junto a la Dirección del Movimiento. Comprobó la disciplina y puntería de los artemiseños, y confesó quererlos cerca cuando tuviera lugar la acción nunca revelada. El deseo se cumplió”.
El resto de la historia resulta conocida; sin embargo, me sorprendió saber que en la década de los 80 la Empresa Pecuaria Genética Los Naranjos, creyéndose dueña del patrimonio, arrasó con el pozo y las palmas canas que aún mostraban huellas de los disparos. Ricardo Santana reclamó, y fue preciso reconstruirlo piedra a piedra, aunque se perdieron fragmentos y los huecos lo revelan a gritos.
La desmemoria pretende cebarse aquí hace décadas, pero solo el silencio cómplice puede contribuir a ahogarlo definitivamnte en el olvido. Ya nadie apuesta por este sitio para entregar carnés de la UJC o el Partido, conocer nuestras raíces y recrearse. ¿Acaso carece de suficientes valores dignos de la condición de monumento nacional o local?
¡Ojalá muy pronto logren aunar voluntades en un rincón del pasado, de modo que el pozo y la finca vuelvan a enorgullecernos en este punto perdido del presente!