Yisly es feliz. Lo dice esa sonrisa franca y pícara que se cuela por debajo del nasobuco y le llena de brillo los ojos. Los infortunios de la vida la colocaron en el Hogar de Niños sin Amparo Familiar, de Bauta, desde que tenía más de un año, pero allí encontró mucho amor, multiplicado ahora en Mario y Sandra, ya oficialmente sus padres adoptivos.
Quiso la suerte llevarnos al Hogar justo el día del encuentro, cuando la pareja habanera, entre lágrimas, acudió finalmente acoger a la pequeña, esa que desde 2017 los hacía soñar con la paternidad responsable, cuando comenzaron a visitarla en rol de familia sustituta.
Mario Enrique García Rodríguez, el padre, asegura que Yisly ha sido una bendición, no solo para él y su esposa Sandra Díaz Donis, sino para el resto de la familia, con quienes la pequeña interactúa muy bien.
De ahí la alegría de Yisly, cuya sonrisa también daba sentido al dolor profundo que inundaba la casa en avenida 249, entre 146 y 148, en Bauta. Allí deja amor, afectos y un vacío entre quienes la vieron crecer, dar sus primeros pasos, y la acompañaron en cada enfermedad o travesura.

Aunque a la vuelta de los años quizás sus recuerdos de esa casona sean vagos, pues su corta edad es propicia para tales olvidos, en el corazón del Hogar ella perdurará como un triunfo, pues el objetivo con que se crearon estos centros fue cumplido: la cuidaron y protegieron hasta encontrarle una familia.
Los “hermanos” de Yisly
Escuchar las historias que cuenta la trabajadora social María Elena Gutiérrez, y no conmoverse, resulta imposible. Tal vez por eso sea difícil despojarse de sentimentalismos, al hablar de Brian Adam González Sánchez y Cristian Alejandro Licea Oliva, ambos de dos años que conviven en el Hogar, y de la tercera inquilina, Dayanelis Reyes Jomarrón, de solo diez meses, proveniente de Caimito.
Brian lleva casi un año con una familia sustituta de San Miguel del Padrón y hasta el momento todo ha fluido bien, por lo que su adopción no debe dilatarse mucho más.
Igual sucede con Cristian, ligado a una pareja también habanera. Aunque el pequeño llegó al Hogar con apenas tres meses y desnutrido, hoy es un niño saludable y muy inteligente, asegura María Elena.
Por razones obvias evito contar detalles más íntimos de sus historias. Lo importante es su felicidad, esa que experimentan con sus familias sustitutas y con quienes, desde la institución bautense, se esmeran en cuidarlos y educarlos.
La situación de Dayanelis es diferente: se debe esperar por la decisión final de los jueces para definir qué familiar asumirá su custodia, pues este es un proceso que implica muchas investigaciones, con tal de dejar al menor en las mejores manos.
Mientras, todos disfrutan de una vida normal. Cristian y Brian van al círculo infantil. Allí interactúan y participan en las actividades como cualquier otro niño; si de disfraces se trata, siempre hay manos al servicio de la costura para que ellos también tengan el suyo.
Dayanelis ya da sus primeros pasos sola. Es una niña saludable, linda, la consentida de toda esa gran familia compuesta por 22 mujeres y un hombre, el encargado de las labores de mantenimiento.


Muchas manos por la felicidad
Esta institución bautense, única que en la provincia acoge a menores de siete años, es testigo diario de la solidaridad. Hasta allí llegan personas que, a título propio o de su entidad, se ponen al servicio del Hogar para cuanto haga falta.
Gracias a esos gestos que son parte de la cotidianidad de la casa, en el almacén atesoran ropas para niños que puedan llegar de un momento a otro, aparte de juguetes, aseo y el resto del avituallamiento.
Aunque al momento de nuestra visita solo estaban Yisly, Brian, Cristian y Dayanelis, disponen de suficiente capacidad para acoger a 12 infantes… y trabajan por remodelar los espacios, para hacer la casa más acogedora.
Muchos son los alimentos procedentes de cooperativas cercanas. Balkan les provee yogur para el niño intolerante a la leche. Y cada año el gobierno destina dinero para la compra de ropas, zapatos, mochilas o lo que les sea más necesario, además de la pensión mensual, asegura Marlene Monblás Chirino, la directora.
Enfermeras, educadoras y personal de servicio ocupan a diario su tiempo para darles amor. En fotos puede verse que cada cumpleaños de un niño allí se convierte en un verdadero acontecimiento, como en casa. Por estos días preparan el de Cristian con tanto empeño, e insisten en que Yisly vaya con sus padres.

Lo material allí no falta, y el olor sabroso desde la cocina y la blancura de la ropa tendida en el patio remite a un hogar cualquiera, donde cada niño tiene su espacio de juego, sus pertenencias, la cama lista para el reposo, la mesita de las tareas, el portal para retozar, y muchas personas a su alrededor para mimarles.

Allí se respira familiaridad, una muestra de que los lazos sanguíneos no son imprescindibles donde reina el amor, la tranquilidad y el deseo inmenso de darlo todo por la felicidad de un infante. Sembrando sonrisas es el nombre de este centro, y de veras lo logran.