Mario ha estado desde el principio. Adora su trabajo y lo defiende muy bien; a veces, cuando diverge con sus compañeros, les dice medio en broma, y medio en serio: “Conmigo sí que no, esta fábrica la sembré yo”.
Revela así el profundo sentido de pertenencia, el nexo indisoluble que lo ata a su centro laboral. Y no puede ser de otro modo, cuando el entonces joven de 24 años unió sus manos a las de otros para construir el ingenio 30 de Noviembre.
Sus manos, sí, casi literalmente. ¡Cuántas estructuras habrá armado y a cuántas piezas habrá devuelto su vida útil en 45 años como soldador! Todavía hoy saca chispas a los metales en el Taller de Maquinado del central sancristobalense.
El muchacho sanjuanero llegó en un contingente de 50 obreros calificados de Pinar del Río, enviado por el Comandante Julio Camacho Aguilera, para el montaje del ingenio. La envergadura de la construcción exigió el esfuerzo de brigadas de varias empresas dentro y fuera de la provincia.
Treinta meses después, el 28 de abril de 1980, ocurrió oficialmente la puesta en marcha. Pero Mario Hernández Pedraza había llegado para asentarse. En estas tierras, ahora artemiseñas, fundó también su familia; vive, actualmente, en la comunidad José Ramón López Peña.
“Me quedé como soldador de mantenimiento. Eso he hecho todo este tiempo. Trabajo en el Taller de Maquinado. Allí hemos arreglado roturas serias, que paralizan el central. Junto a un compañero de La Habana, hicimos un reductor de molino que funciona hasta hoy. Fue la respuesta a un gran problema: la fábrica dejó de quebrarse por esa zona y, además, podemos hacerlo para otros sitios.
“Solucionamos infinidad de cosas, para que nada se pare. El tecnólogo de soldadura Lázaro Rodríguez y yo logramos recuperar, por primera vez en Cuba, una bomba de vacío, allá por los ’90. Entonces el costo era de 93 000 dólares. Aquí difícilmente compramos nuevas”.
Entre tantos recuerdos construidos en más de cuatro décadas, Mario evoca con orgullo las zafras en que el 30 de Noviembre lució todo su esplendor. Durante los años ’80, principalmente a partir de 1984, el ingenio alcanzó significativos volúmenes de producción de azúcar, cuya máxima expresión resultaron las 93 116 toneladas fabricadas en 1990.
Intercambiar con el líder histórico de la Revolución cubana Fidel Castro, destaca entre sus memorias más alegres. Los días 11 y 27 abril de 1989, el Comandante en Jefe visitó la instalación sancristobalense. “En una ocasión llegó hasta el basculador, donde yo soldaba junto a otro compañero. Solo verlo delante ya impresionaba. Nos preguntó de todo y con tremenda agilidad. ¡Imagínese!”, evoca entre risas.
Lamentablemente, no solo satisfacciones le ha deparado su paso por allí. También de sinsabores se compone su historia: roturas que paralizan el proceso, rendimientos insuficientes, escasez de recursos… Todo cuanto pueda dañar al central lo siente en carne propia, como el ciclón Gustav que, en agosto de 2008, se ensañó con San Cristóbal.
“Nos desbarató el ingenio. El techo quedó devastado completamente: se nos mojó el azúcar, estuvimos día y noche cargando sacos para llevar el producto a otro central, volverlo a procesar y evitar su pérdida. La recuperación resultó una tarea muy dura, pero se logró”.
En 30 de Noviembre tiene Mario otro hogar; en él convive su otra familia. “Hemos sido unidos. Algunos se van, otros vienen. Soy jubilado hace más de tres años, pero reincorporado. He consagrado mi vida a este lugar, y pienso estar aquí mientras pueda. Lo más difícil para mí será irme”.
A sus 69 años, confiesa el humilde deseo de poderle decir al Comandante Camacho Aguilera: “estoy aquí todavía, cumpliendo con la tarea que me encomendó”. Luego, cubre su rostro con la careta, y varilla en diestra, vuelve a lo de siempre: sacarle chispas al metal.
Por: AYDELÍN VÁZQUEZ MESA y FRANK PAREDES BENCOMO
Merecido reconocimiento a este abnegado trabajador que ha consagrado su vida al central 30 de Noviembre y que se mantendrá activo mientras la salud se lo permita.