“¡La Tierra no es un planeta cualquiera! Se cuentan en él ciento once reyes (sin olvidar, naturalmente, los reyes negros), siete mil geógrafos, novecientos mil hombres de negocios, siete millones y medio de borrachos, trescientos once millones de vanidosos, es decir, unos dos mil millones de personas mayores”.
Y creerse rey, blanco o negro, como sugieren estas palabras de El principito, de Antoine de Saint-Exupéry, un texto escrito en 1943, pudiera ser el trofeo de Yulian Ortega Sánchez, quien ve más allá de sus capacidades, para ser útil y aportar a la sociedad.
Unos espejuelos con alta refracción, de esos que cualquiera calificaría como fondo de botella por el grueso de sus cristales, le acompañan desde pequeño, cuando su limitación visual y mental le llevó a un pupitre en la escuela especial Enrique Hart, de Artemisa, hasta cuarto grado.
Sin embargo, frente a la perceptible discapacidad que estableció sus límites educacionales, hay un joven, hoy con 34 años, que desanda las calles artemiseñas desde bien temprano… y es parte de la historia de este pueblo.
Distintivo por la rapidez al caminar y la perseverancia ante lo que está por hacer, el Trabajo por Cuenta Propia le dio un oficio: mensajero. Abona cada mes la jubilación, mediante el aporte a la Seguridad Social, antes 87.50 pesos, ahora 110, y tiene una gestora para cumplir a tiempo, me dice.
Hasta la puerta del hogar de unas diez familias, lleva los productos de la canasta básica despachada en las bodegas La Favorita y La Alegría, un recorrido cotidiano para Yulian de dos kilómetros diarios.
Entretanto, a decenas de artemiseños también tributa servicios a través de la tracción de su carrito, una “innovación” muy funcional. No olvida el costo, hace algún tiempo de 30 CUC o 750 pesos. Así traslada productos desde las tiendas hasta donde decidan sus clientes, a veces el centro de trabajo, la paladar o la terminal de ómnibus, y hasta libros para la Feria, asegura.
“La gente me busca para que le cargue bultos y le haga mandados, y eso me gusta. Me hace feliz”, dice en un lenguaje atropellado, pero desde el cual descubro la certeza de aquella frase martiana, pues en verdad toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz.
Pocas veces está inmóvil, mientras haya dinero por ganar: no lo hace robando ni faltando el respeto a nadie, aunque haya quienes sí le jueguen malas pasadas con artimañas, al usar su carné de miembro de la Asociación Nacional de Ciegos y Débiles Visuales (Anci).
Vive con su abuela desde pequeño, y un tío es de las personas que menciona como apoyo para solventar los gastos del hogar; mas, él se sabe responsable de la carbamazepina, ese fármaco anticonvulsivo y estabilizador del estado de ánimo, que no le puede faltar para compensar su salud.
Ante el chico que no espera a veces ni el cantío del gallo para amanecer, contrastan los cientos de artemiseños con edades similares a Yulian, desvinculados del estudio y del trabajo que no encuentran aún su camino para aportar, en primer lugar a ellos mismos como seres humanos, a su familia, a la sociedad…, por el orden que precisen hacerlo.
Decodificar cada paso de Yulian nos convida a crecernos. En ese andar, casi a ciegas y sin mucha inteligencia, que a veces ni las burlas entiende (y mejor así), su actitud ante la vida se convierte en símbolo para razonar de nuevo el brillante texto del siglo pasado; para pensar en lo más íntimo del ser humano, no desde sus discapacidades sino al revés.
“En el planeta del principito había, como en todos los planetas, hierbas buenas y hierbas malas y, por lo tanto, semillas de unas y otras”, escribió Antoine de Saint-Exupéry. No hay mucho tiempo como para perderlo. Escoge qué semilla quieres plantar, y ojalá sea parecida a la de Yulian, pues así serás Rey, donde otros ni siquiera son.