“Para los niños trabajamos, porque los niños son los que saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo”. La frase martiana debería recordarse todos los días, con profunda convicción, y no solo hoy, cuando se celebra el Día Internacional de la Infancia.
La Asamblea General de las Naciones Unidas lo instituyó en 1956, consagrado a la fraternidad y a la comprensión entre los niños y las niñas del mundo. En la Conferencia Internacional en Defensa de la Niñez, la ONU acordó que cada país lo incluiría en su calendario, en la fecha deseada. Muchas naciones como Cuba mantienen la acordada inicialmente, el 1 de junio; otras lo celebran el 20 de noviembre.
De cualquier modo, la ocasión nos recuerda a los niños que viven en la pobreza, a los que trabajan extensas jornadas, a los que no reciben siquiera educación elemental. También a los menores de 18 años alistados como combatientes, y a quienes incluso sin ser soldados, padecen lesiones causadas por conflictos bélicos o han fallecido por su causa. ¡Y a muchos más, víctimas de los errores y horrores de adultos!
Son duras realidades que los noticieros muestran con más frecuencia por estas fechas, pero que debiéramos recordar y trabajar por cambiar todos los días, desde nuestros escenarios, quienes nos sensibilizamos con el sufrimiento de otros, y no lo sentimos ajeno.
¿Qué pensaría de ellas José Martí, el hombre de La Edad de Oro que añoraba ser el amigo de todos los niños? Cuba tiene el privilegio de contarlo entre sus hijos, y entre quienes más abogaron por la felicidad de la niñez. Sus reflexiones sobre el tema han sido fundamentos para el trabajo con la infancia y la juventud en este país; no es casual que sus palabras inicien este texto.
“Y en eso es en lo que más debemos pensar: en los niños de hoy, que son el pueblo de mañana. Hay que cuidarlos y velar por ellos como los pilares con que se funda una obra verdaderamente hermosa y verdaderamente útil”. Así lo advertía Fidel Castro durante la entrega de una fortaleza militar al Ministerio de Educación, en la ciudad de Holguín, el 24 de febrero de 1960. No podía opinar de otro modo quien fuera quizás el mejor de los discípulos del Héroe Nacional.
Gracias a ese pensamiento, concretado en la práctica en disímiles acciones, nuestra nación exhibe hoy una realidad bien diferente a la descrita antes, en cuanto a la calidad de vida de sus infantes. Y si bien los resultados en ese ámbito son perfectibles, constituyen referentes para muchos países que lamentablemente, no ofrecen a todos sus niños las posibilidades para un desarrollo pleno.
Y es que, independientemente del lugar de nacimiento, debiéramos respetar sus derechos, sostenidos sobre cuatro principios fundamentales: la no discriminación; su interés superior; el derecho a la vida, la supervivencia y el desarrollo; y la participación.
Justo es reconocer la labor de quienes cada día se afanan para que la niñez tenga un futuro mejor. Útil y necesario resulta multiplicar los esfuerzos y las personas consagradas a ese fin. La infancia precisa de más humanos como a los que se refería Martí en su revista:
“Así son los padres buenos, que creen que todos los niños son sus hijos, y andan como el río Nilo, cargados de hijos que no se ven, y son los niños del mundo, los niños que no tienen padre, los niños que no tienen quien les dé velocípedo, ni caballo, ni cariño, ni un beso. Y así es el hombre de La Edad de Oro, que en cada número quisiera poner el mundo para los niños, a más de su corazón (…)”.