Quizás el nombre de esta publicación pudo ser La grandeza y la virtud. Sale del sentimiento porque quienes me conocen saben el valor que le asigno a la cultura en el proceso de transformación de la sociedad.
El proyecto comunitario Las chiquilinas, dirigido por la profesora y bailarina Amanda Otero Galán, en Ceiba del Agua, Caimito, arribó a cuatro años de trabajo ininterrumpido, y la grandeza de estas niñas que ponen de sí en cada sesión de ensayos, en cada presentación, en cada coreografía, mostró sus frutos en un espectáculo hermoso.
La cita disfrutó también de la grandeza de tener como público a la gente de Ceiba, los que han visto al proyecto nacer y desarrollarse, crecer en medio de dificultades y limitaciones, alzarse con el esfuerzo de pequeños, padres, familiares, vecinos y maestros.
El parque del pueblo fue el escenario, y la virtud de los pequeños vibró en cada sonrisa, se notó en cada gesto y movimiento, en el cuidado de la maestra Amanda, atenta a cada ejecución, y en el orgullo de quienes asistimos a ver cómo nuestro terruño es capaz de emocionar con su talento natural y autóctono.
Grandeza y virtud en la alegría de contar con presentadores de lujo. Porque esta vez al maestro Rolando González (Payaso Rollo), conocido y disfrutado en el escenario local, se unió el carisma de Clarita García, una joven que enamora en sus presentaciones y a la que vimos cantar, actuar, animar al público y, sobre todo, divertirse con ese arte que le viene en la sangre.
Grande la virtud de la que Ceiba fue testigo, cuando dos talentos de esa envergadura actuaron para el público de este humilde pueblo rural. No menos grandes Las chiquilinas al demostrar que están hechas para la escena. Y hubo solistas, instrumentistas… La noche se llenó de luz.
Como un espectador más, este cronista asegura que Las chiquilinas soplaron sus velas por todo lo alto, pero todos en el pueblo pidieron el deseo de disfrutar por mucho tiempo de su talento, su virtud y su grandeza.