Una parcela de tierra ociosa, las máquinas de una añeja fábrica todavía aprovechables, exceso de plásticos u otra materia prima en desuso, o la necesidad de ofrecer un servicio exclusivo, pueden ser la base de cualquier emprendimiento, de esos que, bien pensados, contribuyen al desarrollo y prosperidad de un pueblo y sus habitantes.
Mucho se ha insistido en los últimos tiempos desde la propia dirección del país en trazar estrategias y proyectos de desarrollo local, pero ¿realmente hemos aprovechado nuestras potencialidades y puesto en papel cada idea? Me atrevería a dar la respuesta negativa.
Por años, incluso el aporte del uno por ciento de las empresas a este fin fue usado para levantar paradas, arreglar parques o eliminar algún bache, tareas muy necesarias… y alejadas del concepto de desarrollo local.
Hablamos entonces de propuestas transformadoras que, partiendo de un estudio previo de todas las condicionantes y recursos endógenos y exógenos, incidan en el entorno para mejorarlo y beneficiar directa o indirectamente a los municipios, al generar empleos y ganancias.
Como apuntan al adelanto económico y social, nadie está exento de poder presentar uno, siempre y cuando cumpla con los requisitos establecidos por los gobiernos locales y cuente con el estudio previo de diagnóstico del municipio, la definición de objetivos, el financiamiento necesario y el cálculo de los ingresos que puede generar a corto, mediano y largo plazo, entre otros aspectos.
Aunque las personas naturales pueden presentar a título personal sus proyectos, esta posibilidad revitalizaría también a actores estatales, hoy con más facultades desde la dirección, muchas veces desaprovechadas en estantes vacíos, tierras ociosas o máquinas paradas en espera de un barco de materia prima que no se sabe cuándo llegará.
No se trata de usar este financiamiento para cubrir pérdidas económicas, sino de emplearlos en la producción de nuevos bienes y servicios tan necesarios a la población.
La situación actual nos obliga a estar con los pies en la tierra, sin dejar de soñar. Cada uno de nosotros puede ser actor de cambio. Basta examinar la realidad circundante y ver qué necesitan las personas, qué necesito yo y con qué cuento para tenerlo.
A partir de ahí surgirán ideas básicas; resta moldearlas, escribirlas, analizarlas desde todos los puntos de vista… y presentarlas ante el gobierno, en espera de la aprobación.
Me atrevo a soñar entonces con un centro para procesar, al menos en un primer momento, toda la materia prima del pueblo, incluida la campaña comunicacional para educar a los pobladores y que tomen conciencia de la necesidad de clasificar su basura. Ese sueño podría llegar hasta la conversión de ese desecho en cosas útiles, un proyecto que bien podría partir de la propia Empresa de Comunales.
Miles de ideas pueden y deben surgir, pero primero tal vez se deba, desde los gobiernos locales, incentivar la presentación de proyectos para crear una cantera que permita definir en qué es más urgente invertir. La variedad contribuirá a destinar los fondos al que más lo merece.
Pensar el desarrollo desde lo local es un deber de los gobiernos y los propios ciudadanos de esta Cuba cercada económicamente. Sentarse a pensar en nuestras necesidades y en la manera de darles solución, sin depender de nada externo, es el primer ejercicio.