Cuando el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez afirma que la producción de alimentos es tarea estratégica para la sociedad cubana, hay quienes no se encogen de hombros y escuchan con optimismo la reiterada invitación a entrarle de frente a semejante reto, y prefieren ejercer oficios donde el Sol, el sudor y el esfuerzo físico retribuyan el trabajo cotidiano.
Uno de los encargados de demostrar que las cosas resultan ser de es modo es Eduardo Pastrana Fidalgo, un carpintero de profesión, quien desde hace varios años comenzó a dedicarse a la cría de cabras en áreas de la finca Valdespino, en Caimito, junto a su pequeño hijo Dayán, quien a partir del próximo curso escolar estudiará la especialidad de Técnico en Veterinaria.
Pastrana se toma en serio y con mucha persistencia esa cría, con no pocos tumbos para convertir en un terreno limpio el área de tierra aledaña a su vivienda; 850 metros cuadrados que durante años estuvieron repletos de piedras, latas, malas hierbas, escombros de todo tipo y ratones. Pero hoy se encuentra en óptimas condiciones para sembrar cultivos de ciclo corto y pasto para este tipo de ganado.
”Los chivos comen de todo, son resistentes, no es preciso importar para ellos ningún tipo de alimentos, aunque como todo animal merece ocupación diaria por parte de sus dueños. Está demostrado que su leche es muy efectiva para alimentar a los niños con intolerancia a la lactosa y es una notable fuente de proteínas para los humanos”, asevera.
Decía en principio de los escombros con que Eduardo ha chocado en su empeño no han sido escasos. Pero no mencioné otros, como la incertidumbre que ha golpeado sus intenciones de obtener la autorización necesaria para hacer uso de este terreno.
Sin embargo, por fin la burocracia pareció destrabarse cuando, el 20 de enero del presente año, recibió de parte de la Dirección Municipal de Planificación Física en Caimito, por vía escrita y acuñada, la esperada autorización que puso a Eduardo en urgente ritmo de limpieza, en compañía de su padre Gilberto y de su pequeño hijo, un fervoroso amante de las cabras.
En apenas 15 días el terreno cambió radicalmente su imagen, aunque en la limpieza de este enmarañado espacio Eduardo debió invertir cerca de
7 000 pesos, de ellos 3 000 en una cerca de púas para delimitar el espacio y ponerle freno a quienes entraban a tirar basura de todo tipo.
Gracias a su amigo Evelio, dueño de una finca cercana, este pasta sus animales a diario y, por intermedio de una máquina moledora de pasto, garantiza también alimento y llevárselo a los cuartones donde estas quedan a buen resguardo después de caer la tarde.
Ahora Pastrana cuenta con ocho cabras reproductoras, capaces de parir uno o dos hijos en un intervalo de cinco y medio meses; pero pudiera –si contara con todas las condiciones necesarias –llegar hasta 20 cabras de este tipo y aprovechar las posibilidades para vender leche y carne a la Zona Especial de Mariel o a la Granja Urbana de Caimito.
Pastrana no ha desmayado en su empeño, y el hecho de que su hijo Dayán se apreste a seguir, con todas las herramientas del conocimiento, el camino que le enseñó su padre cuando lo hizo enamorarse del mundo de las cabras, lo dice todo.
Seres voluntariosos como este, dispuestos a producir, son los que bien han respondido al llamado del presidente cubano, son los que hoy necesita nuestro país, para entrarle sin ambages a un tiempo de imprescindible e inevitable transformación económica.