Han pasado más de 60 años, y en la memoria de quien vivió para contarlo asoman intactos los recuerdos de aquel abril histórico de muerte y gloria.
Junto a Pedro Rodríguez Santana, Vicente partió el 17 de abril de 1961 hacia la Ciénaga de Zapata, para combatir cuerpo a cuerpo con el enemigo. Dos días después, Alquízar ganaba un mártir, pero Vicente perdía a su hermano.
“¡Muchos fuimos a dar el pecho!”, refiere este hombre longevo de ojos azules como el añil. Es intensa y firme su mirada. Y, aunque físicamente no es aquel niño de 19 años, como en una película llegan a su mente las imágenes de días de gesta en que Cuba hizo historia.
“Pedrito y yo formábamos parte del Batallón (BON) 180, surgido en un clímax de efervescencia para apoyar a la Revolución en sus primeros años.
“Luego de los ataques simultáneos a los aeropuertos de Santiago de Cuba, San Antonio de los Baños y Ciudad Libertad, llegamos hasta el funeral de los caídos, en la calle 23 y 12 en el Vedado, donde Fidel declaró el carácter socialista de nuestra Revolución, el 16 de abril de 1961.
“Ya en la madrugada del siguiente día, la jefatura del BON, en Güira de Melena, recibió la orden de movilizarnos y partir hacia Jovellanos, en Matanzas.
“Al conocer que las fuerzas mercenarias —entrenadas por el imperialismo en campamentos de América Central— atacaban Playa Girón y Playa Larga, nos mandaron avanzar hasta Pálpite; allí el capitán José Ramón Fernández daría las órdenes para entrar en combate.
“El avance hacia Pálpite fue muy lento, pero una vez en la zona nos indicaron continuar hacia Playa Larga, donde se produjo el primer contacto con el enemigo.
“Con una ametralladora calibre 50, los mercenarios trataron de impedir el avance del BON; sin embargo, logramos desalojarlos rápidamente.
“El propio 19 de abril en horas de la mañana, emprendimos rumbo hacia Playa Girón, con la orden de que junto a otras unidades debíamos expulsar a los mercenarios atrincherados en ese lugar.
“Entramos en combate en forma de cuña invertida: en el flanco izquierdo, la tercera compañía a la que pertenecía Pedro, y en el flanco derecho la cuarta, por la que iba yo.
“El avance se realizaba junto al Batallón 123 y una compañía del Ejército Rebelde. De inmediato el enemigo realizó un fuerte bombardeo de morteros sobre nosotros.”
Cuenta la historia que poco después el impacto de una granada de mortero hirió de muerte a Pedro. “Yo lo supe un día más tarde”, refiere Vicente. Separados en flancos distintos, los hermanos Rodríguez Santana no tuvieron oportunidad para el adiós.
Es difícil conformarse con la muerte, por muy justa que sea la causa y convencidos estén los hombres de que “morir por la Patria es vivir.
Quien escribe insiste en recrear una historia y un final diferente, otro donde el encuentro en el naranjal no hubiera sido la última oportunidad para el abrazo entre los consanguíneos, un desenlace en que el padre ciego de dolor no emprendiera rumbo hacia lejanos lares, para recuperar el cuerpo inerte de su primogénito.
Imagino una vida diferente para Caridad, la noviecita querida, quien esperó nueve años para levantar el luto y dejar entrar otro amor, jamás como el primero.
Me gustaría retomar en cada abril un relato diferente para este país y sus hijos, uno donde no recordemos la valentía de quienes lucharon por impedir una invasión militar, sencillamente porque no existió quien quisiera arrebatarle de un golpe su independencia.