La tierra lanza un grito lastimero desde sus entrañas. Pide más brazos y no los encuentra. No importan las 17 279 hectáreas ociosas con las cuales Artemisa cerró en 2021. Las extensiones cultivadas tampoco disponen de fuerza de trabajo suficiente para atenderlas.
Daidée de la Candelaria Piedra, directora de capital humano del Grupo Empresarial Agropecuario y Forestal Artemisa, revela que emplean a 11 446 hombres y mujeres, de ellos 9 542 de manera directa a la producción. Pero, usualmente, contratan una cantidad adicional estimada en 900 obreros agrícolas, los llamados eventuales.
Algo similar comenta José Piñero Borjas, jefe de despacho de la dirección de la Empresa Cítricos Ceiba. “Según las necesidades de cada cultivo durante el ciclo, sus 30 usufructuarios contratan entre 20 y 25 jornaleros cada uno, para atender las 1 500 hectáreas de yuca, plátanos, maíz, frijoles, calabaza, tomate y frutales de nuestro polo productivo, ubicado en la UEB 24 de Febrero”.
Tal situación resulta común a toda la agricultura, incluso al tabaco. Lo confirma Claramaris Cruz, directora de capital humano en la Empresa de Acopio y Beneficio Lázaro Peña, situada en San Antonio de los Baños.“Además de los 1 911 trabajadores directos a la producción (686 mujeres), albergamos más de 700 movilizados en ocho campamentos”.
Prácticas diferentes
Para Raisel Capote, uno de los usufructuarios de la UEB 24 de Febrero, la fuerza de trabajo en la agricultura no es suficiente porque “nadie quiere trabajar en el campo, mucho menos los muchachos nuevos. No tengo trabajadores fijos”.
Por eso acude a los eventuales y al empleo de maquinaria.
“Y así no invierto todo el tiempo, solo cuando los necesito, igual para cosechar boniato o sembrar yuca. Vienen de las provincias orientales, pero viven aquí hace rato. Están organizados en una brigada. Les pago a 200 pesos la mañana a cada uno”.
Raisel atiende 15 hectáreas junto con su hijo Raimel. Aquellas tierras solían estar cubiertas de cítricos, hasta la llegada de la plaga del huanglongbing; ahora proliferan cultivos varios. El día de nuestro recorrido 13 trabajadores eventuales le recogían el maíz.
“Somos una brigadita móvil de 12 personas que trabajamos –afirma su jefa Carmen Rosa Poll. Ahí está él, que lo diga: ya a las 11:00 de la mañana terminamos la jornada, y es hasta las 12:00 del día”.
Muy cerca de allí, Karel Viña, presidente de la CCS Néstor Milián, prefiere mezclar estrategias. Desde marzo de 2021 atiende 52 hectáreas en usufructo, con cinco trabajadores fijos a quienes paga 1 000 pesos a la semana y el 2% de cuanto genere la producción.“Claro, recurro a eventuales para las siembras y cosechas grandes, y les pago según ajustes, de 250 a 300 pesos. Pero solo en esas ocasiones”.
Carliovi Maceo, uno de sus trabajadores fijos, llegó al Dagame hace diez años. Atrás dejó Guantánamo. Pese a tener tres hijos y una casa de madera con techo de “fibra” y piso de cemento, siente que su empeño da frutos.
Ya puso en regla los papeles de la casa… y confía: a los 1 000 pesos semanales ha podido sumarles, por concepto del 2%, cantidades ascendentes a 2 000, 1 896, 3 100 y otros 1000 como resultado de las cosechas.
Dagame no aguanta más
Carmen Rosa Poll dirige una brigada muy productiva: le entran al surco con fiereza. Ella procede de Ramón de Guaninao, zona cafetalera de Palma Soriano, en Santiago de Cuba. De allá vino con la pequeña Yaisel (entonces de 13 años), a visitar a su hermano…y se quedó.
Tres de sus cinco hijos laboran junto a ella. La hembra es madre soltera también de tres chicos, cada uno de padre diferente. Por eso me hace falta trabajar, afirma a secas.
Varios rasgos hacen iguales sus casas: malas condiciones, de madera, techo de “fibra”, sin propiedad y piso rústico, en unos pocos casos de cemento, la mayoría de tierra.
“La mía tiene un cuarto de mampostería y piso de cemento. Los niños de Yaisel van a dormir allá, porque el polvo los mata.¿Arreglar la casa? No se puede. Son 200 pesos para comer, para la merienda de los niños, y más nada”.
Ismael Ortega, especialista fitosanitario de la UEB 24 de Febrero, acumula 47 años en Cítricos Ceiba y conoce al dedillo cuanto ocurre en el asentamiento Dagame.
“Era una comunidad pecuaria que atraía fuerza de trabajo. Teníamos una escuelita que se ha convertido en seminternado de primaria con 600 muchachos. Pero la Empresa Pecuaria Genética Los Naranjos perdió la gran masa ganadera, sus instalaciones se destruyeron… y esa fuerza se desplazó.
“Dagame ha crecido mucho. Se ha llenado de viviendas en mal estado, de personas que no trabajan y de otros muy laboriosos. ¡Ojalá podamos contar siempre con brigadas como esta (la de Carmen Rosa)! El principal problema de nuestra UEB es precisamente la falta de fuerza de trabajo”.
El drama de la emigración descontrolada en busca de empleo se extiende por gran parte del territorio, principalmente donde las tierras son más fértiles.
No basta
“Dos hombres no bastan para recoger una caballería de frijoles, o sembrar una de boniato. Por eso, además de la vinculación del hombre al área, contratamos brigadas durante los picos de cosecha o de siembra”, afirma José Abel Morales, vicepresidente de la CPA Antero Regalado.
Otros llegan donde el tabaco. En la UBPC La Reserva y el campamento del mismo nombre, hombres y mujeres cuidan de sus hojas pese al calor bajo las telas que las resguardan.
Es mediodía y aún Irainy Piña persiste en su faena. Se alistó a la campaña anterior. Al finalizar volvió a Granma. Y en la presente campaña regresó. Están satisfechos con el pago. Ella y su esposo Yosbel Rodríguez esperan quedarse en el campamento, donde tienen un cuarto bien acomodado y se sienten como en casa. En cambio, Julio César Romero suma ya 16 años de ir y venir.
También emigraron Evelio Pérez y Henry González, desde Camagüey. “Mejoré económicamente, lo que busca todo el que viene, para ayudar a su familia”, dice el uno.“Ganaba 561 pesos; ahora 4 800. Y en el campamento tenemos buenas condiciones, con baño en los cuartos y buena comida”, asegura el otro.
Maribel Santiesteban dirige la UBPC La Reserva. Declara que “este año no ha venido la cantidad usual. Esperábamos 80 trabajadores de Granma, y llegaron apenas 35. Debía tener 100 hombres directos a la producción, y la plantilla total (incluidos los indirectos) solo son 79.
“La recolección exige engranaje; si no, se para por falta de parihuelas, o se detienen las mujeres por falta de tabaco. Cinco brigadas de nueve hombres deben abastecer a 24 mujeres para que ensarten de 1 200 a 1 500 cujes diarios. Ese ritmo no se cumple si no alcanza la fuerza de trabajo.
“Además, muchos permanecen tres o cuatro meses, pero luego se van; ya para entonces la necesidad de personal no es la misma que durante la campaña. Esto ocasiona que no haya estabilidad de la fuerza de trabajo”.
Así en el tabaco como en Cítricos Ceiba o las empresas agropecuarias esparcidas por el territorio, el grito de la tierra en busca de brazos sigue perdiéndose en el viento. Se necesita fuerza de trabajo: ¡que no falte, que nos acompañe en la pelea por producir más alimentos!