Suele ser una de las profesiones relacionadas al deporte menos valorada y a la vez más importante. Un talentoso campeón sin la mentalidad adecuada sería un buen atleta más. Así se resume el trabajo de los psicólogos deportivos.
En los buenos y malos momentos, en victorias y derrotas, ahí están para guiar camino al éxito o sacar de un mal bache. Entre esas dos no tan distantes aceras se ha movido la labor de Marilín Cabañas Alonso en los últimos años.
Se inició en los intrincados laberintos de la mente humana hace ya buen tiempo. Entonces trabajaba para el Ministerio del Interior. Luego pasó a Salud Pública y, hace cinco años, llegó al Centro de Medicina Deportiva de Artemisa, poco después ganó la responsabilidad de dedicarse a los Cazadores en las dos últimas Series Nacionales.
“Siempre me interesó el mundo del deporte. Ese bichito me viene de familia. Por eso, cuando tuve la oportunidad no lo dudé ni un segundo”, dice con alegría. “Y descubrí todo un nuevo universo profesional, pues la psicología deportiva es inversa a la clínica”.
¿Qué pensó cuando le confiaron trabajar con los Cazadores?
“Estuve un buen tiempo indecisa, primero porque trabajaba con todas las categorías del fútbol: ya conocía el medio, a los jugadores y a su vez ellos a mí; ir a la pelota significaba salir de mi zona de confort y asumir un importante desafío profesional.
“Mi período de adaptación fue corto. La dirección del equipo me acogió de excelente forma, y los muchachos me aceptaron muy rápido; enseguida establecimos la conexión necesaria para el buen trabajo. Sin embargo, la Serie 60 fue un durísimo reto, por los malos resultados del equipo, sobre todo lo mal que inició el picheo; fue una ardua tarea lograr una mejoría en el final de la campaña”.
¿Cómo se “convierte” -desde la psicología- a un equipo inmerso en una dinámica perdedora, en uno ganador?
“Con mucho trabajo y el compromiso de los jugadores. Este equipo asimila muy bien la psicología. Han aprendido a reponerse de malos momentos o experiencias; incluso los usan como motivación para salir a competir.
“Inculcarles autoconfianza resulta clave, al igual que motivarlos con test psicopedagógicos y ejercicios forjadores de cohesión en el grupo. Muchos han aprendido a liberar la frustración de una mala jugada o un ponche, y evitar que los afecte en su siguiente turno al bate.
“Todo eso ha influido, junto a la implicación de los jugadores. Tenemos un grupo maravilloso de atletas preocupados por su salud y la de sus compañeros. Hemos logrado la confianza para que vengan a buscarnos cuando cualquier situación puede afectar su rendimiento. Incluso este año se sienten más motivados, debido a las atenciones por parte de las autoridades de la provincia”.
¿Qué sintió al verse la única mujer entre más de 50 hombres?
“Sabía que era un reto. Pero, tanto el colectivo de dirección como los muchachos, me acogieron de la mejor manera; hubo empatía desde el inicio.
“Lo único que me chocó al principio fue el lenguaje: es común que en este medio sea fuerte y a veces hasta agresivo; sin embargo, decidí acomodarme a ellos para evitarles situaciones incómodas. Aun así, cada vez que se expresan de ese modo y estoy cerca, me piden disculpas.
“Siempre les dije que me vieran como una madre o una amiga, y no se cohibieran por mí; quizá por eso siempre me han respetado mucho, y con el tiempo han mejorado en ese aspecto. Me dan la mano al bajar la guagua, se preocupan por mí, por mis hijos, mis nietos… y dentro del cuerpo de dirección tengo plena participación, como cualquiera de los otros entrenadores”.