Una vez me aseguró un amigo, afanoso trabajador en los cerros de Caracas durante más de dos años en la enseñanza de artes plásticas a los niños, que mucha gente buena habitaba en esos predios, personas dispuestas a recibir amor y a entregarlo.
Su opinión contradecía lo pensado por muchos, convencidos de que solo la violencia, la grosería y la suciedad más desenfrenadas imperan en esos sitios venezolanos.
De que eran espacios olvidados y desfavorecidos, lo eran. De que era preciso trabajar fuerte por su salvación, también. De que eran parte importante del proyecto revolucionario y chavista, inclusivo y abarcador, ni dudarlo.
Sobre espacios como estos se ha conversado y escrito cantidad en Cuba desde la segunda mitad del año pasado, y en el presente siguen activas las voces y hechos que señalan a estos barrios como espacios geográficos y humanos ávidos de transformación y mejoramiento impostergable.
Y las más altas autoridades de la nación han aclarado que esos cambios se realizarían tomando muy en cuenta las sugerencias y aportes de los hombres y mujeres residentes en los barrios marginales, con deseos, sueños y aspiraciones como cualquier ser humano residente en espacios más favorables.
Recientemente tuvimos la oportunidad de ver el documental Canción de barrio, de Alejandro Ramírez, que recoge la intensa experiencia de la gira del trovador ariguanabense Silvio Rodríguez por barrios desfavorecidos en Cuba.
No podremos olvidar jamás el impacto brutal que nos sacudió la conciencia y el corazón, tras observar, sin tapujos ni edulcoraciones, problemas que muchos creyeron agua pasada o asunto de otras latitudes.
Lo importante, sin embargo, es que ante esta adversidad social tan sensible no quedaron ni oídos sordos ni ojos ciegos. Las conclusiones fueron claras: el gran problema está, sí; es imposible negar la verdad.
Pero existe también la intención y la estrategia para entrarle de frente, asumir un proceso de transformación sustantivo, aun cuando los recursos sean limitados en un contexto económico cada vez más difícil.
Hace apenas unos días observaba con placer el programa El ojo que TV, conducido por la periodista Cristina Escobar y protagonizado por tres personalidades residentes en esos barrios, narradores con una sinceridad total, seres útiles, transparentes, necesarios, parte de esos buenos cubanos que tanto queremos y necesitamos para construir un país mejor.
Recuerdo la anécdota de un conocido periodista, molesto al recordar cómo en sus tiempos de cómodo adolescente solía importunar, en compañía de otros holgazanes de su edad, a un hombre negro y viejo, de aspecto muy humilde, que residía en uno de esos lares, sin saber que se trataba nada más y nada menos que del memorable Bienvenido Julián Gutiérrez, el inmortal autor de Convergencia.
Y como Bienvenido Julián, miles de cubanos valiosos, sin los cuales la nación tendría incompleta su historia, nacieron, crecieron y murieron ahí.
Haber hecho visibles los grandes conflictos y aspiraciones de esos sitios, más que a lamentos, invita a cambios y mueve a la acción inmediata y permanente. Estimula a trabajar por los otros, por esos que también merecen una vida mejor, en un país donde nunca habrá de renunciarse a la máxima martiana del “todos y para el bien de todos”.
En ese proyecto transformador estamos. Y a ese hermoso proyecto será imposible renunciar ni ahora… ni nunca.