Las letras A, M, O y R tienen múltiples combinaciones; la más sublime las organiza así, dando nombre a un sentimiento único, abarcador, capaz de dar sentido a la vida desde el mismo instante en que llegamos al mundo.
Si hoy estamos aquí, leyendo estas líneas, lo debemos a una poderosa razón: amamos y somos amados. Y no piense usted en el amor carnal, o en solo besos o caricias. El amor va más allá y carece de límites.
No puede haberlos para algo tan abarcador, responsable del brillo en los ojos y del sosiego en el corazón, artífice de la luz a los más oscuros rincones, e incluso sanador de almas después del odio venenoso, la mentira o la traición.
Si hoy estamos aquí significa que al menos una porción nos ha tocado y salvado. Quizás fue aquella persona que nos donó unas pastillas sin saber si mañana las necesitaría para sí misma, o los médicos que durante más de dos años lo han entregado todo para sanar a otros, aun a costa de no ver a los suyos por largas jornadas, y privarse del abrazo para no contagiarlos.
Nos salvó la maestra con su voz dulce tras el teléfono, despejando las dudas a un niño o dando instrucciones a sus padres, para evitar atrasos en el aprendizaje; el amigo encargado de los mandados mientras estábamos aislados; la costurera de los nasobucos para repartir a los vecinos, o quienes lavaron sábanas, cocinaron y limpiaron en un centro de aislamiento. A todos ellos los movió el amor.
Dentro de casa el calor y apoyo de la familia fue, es y será siempre la mayor muestra de afectos. Por eso vale tanto en estos días repensarnos esa estructura, un remanso que todos merecemos sin importar nuestros deseos y diversidades.
Fuera del hogar, la solidaridad, ese apego a desconocidos, fue tabla de salvación. ¿O acaso no es amor lo que profesan quienes desde dentro, obviando carencias propias, donan medicamentos, aseo, ropas, o aquellos con fronteras de por medio que, más allá de restricciones, envían alimentos y medicinas a este país? Incluso para los científicos a cargo de nuestras vacunas fue fuerza inspiradora.
Más allá de la salvación espiritual, hay incluso quienes aseguran de sus beneficios para aliviar dolores, y hasta para hacer crecer las plantas y obtener buenos frutos.
Repensemos entonces en el poder de ese sentimiento para seguir salvándonos… y démosle rienda suelta. Frente al miedo, al odio, a cada mentira, frente a cada ser humano, pongamos una dosis de amor nuestro, sin temor a vaciarnos, confiados en que el amor suma y multiplica, contagia…
Amémonos entonces, y amemos todo: la hierba, el olor a tierra mojada, el azul del mar. Luego practiquemos aquello de no hacer daño a lo que amamos. Cuando logremos eso, nos habremos salvado todos.