Tal vez ese extraño misterio que guarda la poesía o el encanto real que significó para sus padres formar parte de la aventura del grupo Orígenes en Bauta, llevaron al pianista y compositor José María Vitier a residir de manera permanente en este municipio artemiseño, a pocos kilómetros del casco urbano, en un área hermosa y rural llamada El Campestre.
Hasta allí, donde reside desde hace varias décadas el intenso creador junto a su esposa, la pintora Silvia Rivero, llegó la noticia de que el autor de la música de filmes como Fresa y chocolate, El siglo de las luces y Cosas que dejé en La Habana, había obtenido el Premio Nacional de Música, un reconocimiento que, según la opinión autorizada de no pocos críticos y creadores, merecía desde hace mucho tiempo.
Hijo de los imprescindibles Fina García-Marruz y Cintio Vitier, ambos con una intensa presencia en Bauta desde la década del 40 del pasado siglo, José María es hermano de quien también mereciera este premio hace ya algunos años y, lamentablemente, falleciera en mayo de 2016: el guitarrista y compositor Sergio Vitier, residente en un pequeño pueblo de Caimito durante la parte final de su vida y donde recibió la noticia de que le distinguían con tan honorable galardón.
José María fue ampliamente reconocido por ser coautor, junto a su hermano, de la música de los reconocidos seriales En silencio ha tenido que ser y Julito el pescador. Ha actuado en importantes festivales como el de jazz de Montreal, el Latino de Nueva York, el Cervantino de México, el Afro-caribeño de Burdeos y el MIDEM de Cannes.
Este versátil artista ha merecido la Medalla Alejo Carpentier y la Orden Félix Varela, ha compuesto también para la radio y el teatro y, en el año 2012, fue propuesto como candidato al codiciado Premio Tomás Luis de Victoria, en España.
Este reconocimiento ha traído, sin dudas, sincera alegría a los amantes de la buena música, y a Bauta le ha regalado una alegría especial, pues, de alguna manera, el grupo Orígenes ha tenido en José María un fecundo continuador, un hombre que, como sus más cercanos ancestros, un día decidió echar su suerte con lo que entonces José María llamó “La Habana profunda”, parte hoy de esa Artemisa que también se regocija con semejante reconocimiento a un maestro del teclado.