Pocos minutos después de haber redactado la nota donde vertía mi satisfacción por el éxito de dos colegas en el Concurso Nacional de Periodismo Histórico, llegaba a mí la noticia del fallecimiento de la incansable historiadora artemiseña Berta Martínez Páez, mujer con la que, más de una vez, conversé largamente.
Berta era mujer de verbo florido, pero nunca vano. Su voz solía volver a los más infinitos caminos de la Historia, para darle nuevamente vida y certeza a innumerables acontecimientos, tristes o gloriosos, que fueron conformando el alma de la nación cubana.
De Berta se recuerdan especialmente sus minuciosas investigaciones en torno al cafetal Angerona y a los dos personajes que harían trascender su fama hasta los días actuales: Cornelio Sauchay y Úrsula Lambert, envueltos en una suerte de leyenda amorosa –no comprobada, según Berta- que hasta una polémica película inspiraría al director Rigoberto López: Roble de olor.
Y sería polémica la autora del libro Úrsula Lamber: la singular haitiana del cafetal Angerona, porque, más allá de las libertades propias de la ficción, se incurría en el error de reflejarla constantemente como una esclava, hecho que no ocurrió nunca, pues fue en verdad un ser humano libre, con un talento extraordinario para los negocios, dentro y fuera del flamante cafetal, en una época donde llevar la piel oscura y ser mujer significaba una carga terrible.
Este tipo de aclaraciones, sin cansarse jamás, las realizaba Berta Martínez, y de ahí en adelante su conversación tomaba por los páramos más impensables y jugosos, para explicarme en qué lugares específicos de Artemisa tuvo lugar la brutal concentración del general Valeriano Weyler o cómo era tan de fácil en 1959, en plena calle, aunque rodeado por miles de personas, conversar con grandes figuras de la Sierra Maestra como el comandante Camilo Cienfuegos.
Berta nunca dejó de estudiar, nunca dejó de proponerse nuevos proyectos, aunque los años hubieran vuelto lentos sus pasos. No se cansó jamás de abrir a los otros las puertas de su exquisita sabiduría y jamás comulgó con los indiferentes.
Hoy, cuando ya se ido, Artemisa puede estar segura de que despide a una de sus más lúcidas hijas. Que no muera entonces la obra de Berta. La Historia siempre necesita de nosotros…y nosotros de ella. Mujeres como Berta Martínez lo dejaron en claro.