Quiero pensar que volveré a comer carne de puerco con cierta frecuencia. Porque una “motorina” no se va a dejar cambiar por un cerdo. También voy a fantasear con que una libra vuelva a pesar una libra. No estoy loco, pero ya casi andamos de año nuevo, y está permitido desear todo.
Además, este país de niños que alfabetizan carboneros, de artistas que hacen giras por las prisiones, de gente que viaja en ómnibus y formula vacunas maravillosas, nos tiene acostumbrados a convertir sueños en realidades.
Parecería imposible que fuera un cubano quien saltara más alto sobre sus propios pies —y no un atleta de una nación rica—, que un fortachón del modesto poblado de Herradura rindiera a persas, turcos, yanquis y a quien se le ponga delante sobre un colchón de lucha.
Así que me empino el traguito preparado en casa para brindar, y hasta imagino más congresistas y senadores estadounidenses diciéndole a Biden que se ponga los pantalones, no permita que lo mangoneen cuatro cuatreros de la Florida… y deje en paz a Cuba.
Cualquier universitario o guajiro de este pedazo de 1 250 kilómetros de tierra, puede advertirle que ya suman 63 años de estupidez y 13 gobernantes que pasaron por la Casa Blanca con la misma política e idéntico fracaso.
¿Que soy un soñador? Cierto. De los que luchan por sus sueños. Los hay de otro tipo, más absurdos: creen que un grupito de marionetas puede tumbar a un Gobierno y un sistema respaldados por el 86% de la población.
Cuba es un acertijo imposible para esos trasnochados. No entienden a un cubano que madruga para hacer una cola infernal y adquirir unas libras de carne o galletas, luego llega a casa a alistar todo para la cena… y más tarde se va unas horas a hacer guardia en su centro laboral, por si a algún iluso se le ocurre coger mangos bajitos un día de fiesta. ¡No, hombre, no!
Cuidamos esta sociedad imperfecta, con tantas manchas como el Sol y tanta luz que somos faro para muchos. Intentamos enderezar los afanes torcidos de los especuladores. Y hacemos del 31 de diciembre y del Primero de Enero la celebración más ruidosa y alegre.
Ni la COVID ni el imperio más poderoso de la historia han podido derrotar a este ajiaco de pueblo amante del dominó y la jarana, de la música y el baile, de la paz y la hermandad, del futuro que puede construir si no le boicotean el turismo y las exportaciones.
Diría Carlos Varela: “escúchame, brother, fuck to bloqueo”. O en lenguaje callejero: “cha pa’lla’ que voy a mí”.