Jorgito quiere estudiar Medicina. Ya le expliqué que eso se piensa bien; que eligiera entre esa, arquitectura o las ingenierías. Él insiste, y yo del otro lado de la pantalla le recuerdo que no se trata solo de diagnosticar o resolver: el médico debe cubrirse de una capa moral inigualable; no puede perder el humanismo, la solidaridad, esa belleza espiritual tan palpable estos meses.
Diciembre no solo nos trae el regocijo de ponerle punto final a un año bueno o “demasiado malo” como este. Apenas con su arrancada regresa el homenaje a los médicos cubanos, protagonistas en estos años de Revolución de las más heroicas y duras misiones dentro o fuera del país.
A ellos les celebramos la vida, porque cada minuto, desde consultas hasta salones, respiran anhelos aun en las peores circunstancias.
Es imposible que se borren de nuestra mente las imágenes de dolor que dejó el coronavirus en policlínicos, hospitales y familias. Jamás mostraron cansancio frente a nosotros; decidieron aparentar firmeza, valentía y compromiso, cuando las fuerzas se perdían en medio de un miedo irreconocible.
Seguimos cada noticia en un confinamiento que requería mucho más de nosotros. Les vimos partir en batas blancas, dejando atrás a sus seres queridos para sanar en otras provincias, o salir del Caimán rumbo a 59 naciones, donde 2 579 colaboradores organizados en 28 brigadas del Contingente Henry Reeve probaron que compartimos médicos y no bombas, sin pensar en galardones de paz.
Por similar empeño, la Facultad de Ciencias Médicas de Artemisa mereció el Premio del Barrio, máximo reconocimiento que entregan los CDR a quienes destacan con su trabajo meritorio, allí bien cerca de la familia cubana. Fueron sus jóvenes y profesores quienes tocaron con amor nuestras puertas, sin importar inclemencias meteorológicas ni riesgos, porque sabían que este es su tiempo.
Uno medita la mejor manera de agradecer, mientras médicos, enfermeras y personal de apoyo complementan la satisfacción con la vida, suman impulsos para ganar batallas… se llevan los corazones de los pacientes con ejemplo de entrega.
No es cualquier profesión. No se escoge por complacer. No es simple el acto de acompañarnos desde el primer segundo de existencia. Decir médico es sinónimo de espíritu inquebrantable y nobleza, de seres humanos al servicio de sus semejantes, de forjadores del humanismo a su más alto nivel, de coraje, modestia y altruismo.
Este año vi a los médicos devolver otro sorbo de vida a mis vecinos, levantar del dolor a un colega tras un fatídico accidente, regalarle fuerzas a un familiar al detectar una terrible enfermedad. Les vi abrazando a sus hijos en el reinicio de las actividades docentes… todo con el nombre de mi Patria, a la que representan.
Así motivan a muchos, como a Jorgito, quien vio en esta profesión la próxima oleada de ternura y gratitud pues, según aprendió: donde se ama el arte de la medicina, también se ama a la humanidad.