“Tu sector no es Educación, pero tienes más de 30 trabajos en el año sobre escuelas y maestros. Así que, a partir de ahora vas a atender todo lo relacionado con eso”, me dijo mi jefe de información. Ni siquiera tuve que explicarle lo fácil de escribir sobre el tema. Era 1996, y no he dejado de sentir el mismo encantamiento hacia los educadores.
Dicen que esa fascinación nace del ejemplo de quienes fueron tus maestros. Tal vez por eso veía a Dulce multiplicada cuando llegaba a esas aulas llenas de chiquillos inquietos, pero respetuosos y enamorados de la ternura de sus profes.
Aún recuerdo cómo, más de 20 años después de aquellas clases en Fragua de Comunistas, donde me enseñó tanto y con tanto amor, me reconoció por una foto que guardaba entre infinidad de tesoros.
¿Cómo menospreciar la dedicación de quien ara la tierra bajo el Sol inclemente del siglo XXI, el empeño de los científicos hacedores de vacunas, de los médicos capaces de retar a duelo a la muerte, de los deportistas vencedores hasta de sus propios límites, de los artistas capaces de traducir un sueño en palabras o giros?
Pero el maestro tiene un sitio especial en el parnaso de las profesiones, por esa consagración a enseñar conocimientos, destrezas, valores y hasta sentimientos, por esa ternura para quintuplicar paciencia, por la pasión para enseñar a pensar primero.
Y los alumnos nos vamos construyendo la vida con sus nombres, curso tras curso. Podemos olvidar un contenido, una lección, una obra… nunca a quien nos escribía con tiza incluso en lo más profundo del alma.
Porque la Historia no son solo batallas, sino amor a la Patria. La Geografía no son apenas montañas, valles, ríos y océanos, sino apego al planeta que habitamos. La Biología, la Química, la Física… son el amor a la vida. Y sin Literatura y poesía no hay sueños. Eso lo sabe un buen maestro, para convertir fórmulas y metáforas en emociones.
¿A quién no le provocaban los problemas matemáticos de Roberto? ¿Quién no quería sentirse investigador en los trabajos sobre la contaminación del mar que orientaba Oscarito? ¿Y quién se resistía a las anécdotas de Arnaldo Silva sobre héroes de carne y hueso?
El que elija esta profesión no debe conformarse con menos. De modo que inspirará siempre escribir sobre afanes delante de una pizarra, entre juegos con los más chiquilines en un círculo infantil, en el intento de rectificar los errores de la ciega madre creación, o en la preparación para formar a los técnicos y profesionales que necesita el país.
Y ni mi directora querrá regañarme por robarle unos minutos a mi actual tarea de editor, para dedicarles unas líneas a nuestros queridos educadores.