No se puede escribir la Historia de Cuba sin mencionar el nombre de sus grandes poetas, desde el irredento y precursor José María Heredia, pasando por José Martí, el más grande de todos, hasta llegar a Rubén Martínez Villena, y a Raúl Gómez García, muerto en la flor de su juventud durante el asalto al cuartel Moncada.
Soñaban todos y, por supuesto Raúl, con un país donde la cultura fuera patrimonio de la gente, impulso para nuevas metas, energía para entender mejor los inmensos retos de la vida. Y de ese sueño se han nutrido quienes, como creadores o facilitadores, la sostienen, defienden y levantan a cada segundo.
Digo siempre que en una jornada como el 14 de diciembre, natalicio de Raúl, Día del Trabajador de la Cultura, más que hablar de poetas, novelistas, dramaturgos, cineastas, bailarines, actores…, prefiero hacer referencia a seres anónimos de la cultura.
Hablo de esos que, tras bambalinas, en parcial o total anonimato, están de parte de los creadores, abrazan su causa, comprenden sus desvelos, respetan sus críticas, dudas, y convidan a la realización de nuevos proyectos en bien del arte y de las más diversas causas humanas.
En un país donde, hoy más que nunca, salvar la cultura es salvar su supervivencia como nación, es ancha y larga la tarea de los trabajadores de este sector, a veces emplantillados en esta o aquella casa de cultura, en este o aquel centro de arte, o a veces en la apartada esquina de una habitación, siempre con un compromiso esencial: defender la identidad desde la belleza y la reflexión, defender la razón de ser de un país.
No hubiera querido menos el poeta de la Generación del Centenario. No quisieran menos tampoco quienes ven en la cultura un sentido de la vida, más que un medio para vivir de ella, pues miles de creadores están conscientes de que la honestidad de su arte jamás los conducirá a amasar jugosas cifras monetarias en los bolsillos. Pero esta verdad no los hace claudicar ni venderse.
Día 14 de diciembre. Raúl Gómez García arriba a su natalicio 93. El autor de Ya estamos en combate, el poeta de la vida tronchada a balazos, va paseando la rúbrica de su espíritu lírico y rebelde al son del arte, la cultura, la historia, la bandera, las palmas…, de todo aquello que somos y queremos.