Conversar de fútbol cubano con alguien que lo conoce tanto –y desde dentro- resulta un placer. Para Ramón Núñez nuestra charla se convirtió en un ir y venir de recuerdos, de esos miles que atesora tras tantos años en la selección nacional, de sus goles y sus anécdotas.
Aunque se ha establecido en Caimito, aprendió a jugar en las calles de su Manatí natal, hasta que organizaron un pequeño torneo en el pueblo y le vieron condiciones. Pasó entonces por toda la pirámide del alto rendimiento, por la ESPA nacional y la selección juvenil, cuando participó en un torneo Esperanzas Olímpicas, en Polonia.
Su primer gran reto con el equipo mayor fueron los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Medellín’78, donde anotó seis goles y ayudó al equipo a conseguir la medalla de oro. En esos certámenes obtendría luego bronce en La Habana’82 (un gol) y oro nuevamente en Santiago de los Caballeros’86, donde sumó cuatro dianas.
En los Juegos Panamericanos de San Juan’79, Cuba logró su mejor actuación histórica: ¡medalla de plata!, tras caer frente a Brasil en la final (0-3). Allí Ramón marcó cinco goles, con “dobletes” incluidos ante Estados Unidos y Argentina. En las ediciones siguientes, Caracas’83 e Indianápolis’87, culminó en cuarto lugar.
“En 1980 tuvimos la oportunidad de asistir a los Juegos Olímpicos de Moscú. Llegamos hasta los cuartos de final, y nos tocó la Unión Soviética, la cual nos endosó aquella histórica goleada de 0-8, en medio de un frío terrible. Imagínese que nos autorizaron a jugar con pantalones por debajo del short, debido a la temperatura”, recuerda.
Allí marcó un gol ante Venezuela, lo cual lo convierte en uno de los tres futbolistas cubanos que ha anotado en Juegos Olímpicos, y lo coloca en la selecta lista de quienes marcaron en esa instancia y en fase final de eliminatorias mundialistas.
Dos años después fue protagonista en la mejor actuación de Cuba en unas eliminatorias mundialistas. “En 1981 jugamos la hexagonal final en Honduras, y estuvimos a unos minutos de clasificarnos para España’82. Le ganábamos a Canadá 2-1 y nos empataron casi al finalizar el juego; de haber triunfado teníamos grandes posibilidades de ir al Mundial”.
Allí anotó la mitad de los seis goles cubanos, quedó como el delantero del equipo ideal, ¡por encima del mismísimo Hugo Sánchez!, y recibió jugosas ofertas para jugar profesional. Debido a su fisionomía –blanco de ojos azules-, la prensa hondureña llegó a decir que era un “infiltrado ruso” en el equipo cubano.
Ídolos y rivales
Su ídolo siempre fue el delantero soviético Oleg Blojín, ganador del Balón de Oro en 1975. Aunque nunca pudo enfrentarlo, sí lo hizo ante hombres de la talla del mexicano Hugo Sánchez (de quien dice fue el jugador de más nivel al cual enfrentó) y a unos jovencísimos Romario y Taffarel, a quienes desde bien temprano pudo vislumbrarlos como las futuras estrellas que serían.
Hugol, como era conocido, “era un maestro del gol. Tenía la portería siempre en mente. Su clase sobre el terreno imponía respeto. Tuve la oportunidad de enfrentarme a él en la hexagonal final clasificatoria al mundial de 1982: al terminar el torneo, él fue contratado por el Atlético de Madrid… y unos años después por el Real Madrid.
“A Romario y Taffarel los tuvimos enfrente en uno de los Juegos Panamericanos. A esos torneos Brasil no lleva a sus principales figuras, sino a jóvenes promesas; desde entonces, ellos —y otros jugadores del equipo— mostraban un nivel superlativo, se podía intuir que serían grandes”. Y lo fueron, con título mundial en 1994.
Ya no es como antes
Si alguien puede hablar de las diferencias entre el fútbol cubano de aquellos años (con resultados que hoy solo se pueden soñar) y el de estos días (con la ilusionante llegada de los llamados “legionarios”), es Ramón, protagonista indiscutido de esa época dorada.
“El futbolista cubano siempre ha tenido nivel; la diferencia es que nosotros competíamos mucho más, tanto en Cuba como en el extranjero. Había varios campeonatos nacionales, y luego la selección se iba dos meses de gira por Europa, a prepararse para los Juegos Centroamericanos.
“Jugábamos contra equipos fuertes del campo socialista, o clubes de esos países… y ellos venían aquí. Teníamos más roce. Ahora es muy difícil aprovechar una fecha FIFA.
“Y ahora tenemos la cancha Antonio Maceo, de Santiago de Cuba y La Polar, de La Habana, con superficies sintéticas, pero hasta hace poco el único terreno en condiciones estaba en Zulueta. De ese modo resulta difícil entrenar la técnica y la táctica”, enfatiza.
“Los contratos en el exterior y el llamado a figuras que jugaban ya en ligas de buen nivel, sin dudas mejorarán nuestro fútbol. No será algo mágico; es el primer paso para suplir la falta de competencias internas”.
Así termina la conversación con un hombre historia del fútbol cubano, quien aún muestra en los torneos de veteranos que lleva el gol en la sangre. De acuerdo con registros no oficiales, participó en 165 juegos con la selección nacional y (según su cuenta) anotó 42 goles con nuestra camiseta; por si fuese poco, la Concacaf lo eligió como el mejor jugador de Cuba en 1983.