Tal vez usted escuchó o leyó que, durante su presentación en Facebook Connect, una conferencia anual para desarrolladores de tecnología, Mark Zuckerberg anunció que Facebook, la empresa propietaria de la red social más popular del mundo y de la cual es fundador y presidente, a partir del 1 de diciembre se llamará Meta, “más allá”, según su procedencia del griego.

Quizás usted que ahora nos lee desde cualquier municipio de Artemisa o cualquier región del país, se preguntará ¿qué tiene de preocupante un simple cambio de nombre?
Fuera del entorno virtual, ese “más allá” delinea un trasfondo maniqueo de fomento al odio, a la violencia y a la ponderación elitista de su algoritmo, a partir del desarrollo de un sistema que exime a figuras prominentes a nivel global de cumplir con sus normas de usuario.
Con la publicación de los denominados Papeles de Facebook por una exempleada de la compañía, ahora la nueva Meta heredará la mayor crisis reputacional de la empresa en 17 años.
Como salida, el gigante tecnológico apuesta por la construcción del Metaverso, el cual describe una posible iteración de Internet compuesta por espacios virtuales tridimensionales vinculados a un universo virtual percibido, otra fase de progreso social que plantea más incógnitas que soluciones y hace repensar la regulación jurídica de ese cosmos digital.
“En 2021 —dijo Zuckerberg— nuestros dispositivos están construidos alrededor de aplicaciones, no de las personas. Si construimos el metaverso podremos, finalmente, poner a las personas en el centro de la experiencia, con más posibilidades inmersivas y una inmensa economía digital”.
Las declaraciones de Zuckerberg enmarcan una paradoja interminable. Según ha explicado, su compañía visualiza un metaverso interoperable sobre el que ninguna empresa posea el control y donde los usuarios sean dueños plenos de sus bienes virtuales.
Sin embargo, la experiencia del mundo real indica que todos los espacios digitales son susceptibles a la imposición de un modelo top-down (de arriba hacia abajo) en el que los conglomerados siempre impondrán su poder.
Tan solo en los primeros pasos del Metaverso, el director ejecutivo de Facebook está invirtiendo 150 millones de dólares, a fin de ayudar a los creadores y desarrolladores a construir habilidades y tecnologías disruptoras.
De ese monto parte también la sospecha de que Meta domine al universo paralelo, una posibilidad escalofriante que coloca en riesgo la seguridad de las identidades digitales, pero, a cambio, le devuelve a la empresa centenares de miles de millones de dólares en los próximos diez años. Bloomberg Intelligence cifra el negocio en unos 800 000 millones para 2024.
Nacido del ingenio del escritor Neal Stephenson, cuando en 1992 publicó su novela Snow Crash, el término metaverso se filtró de la literatura hasta el punto de convertirse en un propósito de conquista por parte de tecnológicas como Microsoft, Google, Amazon y plataformas de videojuegos en línea como Roblox y Fortnite. No obstante, la empresa de Menlo Park es la que dedica más fuerzas a contornear la ambición.
¿Qué ocurrirá con una persona que se encuentre mejor en el entorno virtual que en el real? ¿Qué se considerará delito? ¿Qué sucederá con los datos personales de los usuarios registrados? Hasta ahora sobre Meta y su empeño se vierte más escepticismo que certezas, pero la historia de la plataforma apunta a un escenario nada halagüeño. Habrá que esperar.