Cuando escribo en la prensa acerca de una persona, un evento, un problema social, tengo la manía de llamar al protagonista o los protagonistas del trabajo, días después de publicado, para ver cuál ha sido la resonancia entre los lectores.
En caso de alguna crítica en lo escrito, inquiero sobre la respuesta, por parte de los aludidos en el asunto.
Mucho me alegro si escucho que la reacción de los implicados ha sido inmediata, y han puesto manos a la obra para deshacer el entuerto, el lunar que oscurece la obra bella.
No me alegro en nada cuando me aseguran que, a pesar de la crítica precisa en la página impresa, ninguna reacción se ha producido y “el cuartico está igualito”, como decía aquel viejo bolero popularizado por Panchito Rizet.
Uno entonces se pregunta y se vuelve a preguntar: ¿cómo puedes ser sordo y ciego ante un reclamo que, de manera directa o indirecta, implica tu nombre?
¿Cómo puedes no responder cuando miles de lectores exigen, a veces desde la distancia, desde un sitio donde nadie los escucha ni ve, que el cuestionado debe tomar la palabra, explicar, ejecutar, ponerse en movimiento cuanto antes y no escabullirse como viejo zorro?
La vida en Cuba, sobre todo en los últimos tiempos, con una realidad económica muy dura y un cerco con poco respiro, llama cada día a no andarse por las ramas ni dormirse en los laureles, pues lo que falta en recursos, que es muchísimo, debe enfrentarse con imaginación, vergüenza y deseos de hacer; a pesar de todo, el pueblo espera por soluciones.
Y esas soluciones —probado está— en muchas oportunidades pueden resolverse en breve, cuando se escucha con detenimiento y sin resentimiento la crítica recibida y se le entra de frente al problema, manera segura de ganar la confianza y el respeto de los representados. Lo hemos visto ya y lo seguiremos viendo.
La dirección del país ha llamado constantemente a mantener ojos y oídos abiertos ante el sentir popular, ante esos que, de una punta a otra del país, sufren del burocratismo y la desidia, pero son, en verdad, la razón de ser del proceso revolucionario desde 1959.
Por esta razón, merece que cuando uno pregunte sobre cuál ha sido la reacción de los aludidos en una crítica periodística, la respuesta del afectado no sea jamás un recogimiento de hombros.