Hace tiempo una amiga me sugirió abordar el exceso de ocio en vacaciones, inquieta por la falta de propuestas sugerentes para niños, adolescentes y jóvenes en las comunidades.
En aquel momento me comentaba sobre la conveniencia de retomar planes de la calle, talleres literarios, actividades recreativas en las propias escuelas, que casi siempre durante el estío, abrían sus deteriorados terrenos a la práctica de deportes y facilitaban la diversión en el laboratorio de computación.
Durante dos cursos escolares consecutivos, la COVID-19 ha puesto en pausa cualquier iniciativa, cualquier desempeño ajeno al desafío cotidiano de mantenerse sanos y salvos, de ahí que las casas sean el mejor retablo, el gimnasio ideal, la biblioteca estupenda.
Pero también el hogar suele convertirse en punto de partida o de exacerbación de adicciones, ya que la abundancia de tiempo libre, mal empleada, por lo general no ofrece buenos frutos. Basta observar las llamadas “moloteras” que provocan las ventas de ron y cigarros, estos últimos controlados a través de la libreta de abastecimiento, o el incremento de juegos prohibidos en aquellos sitios más alejados de cines, discotecas, casas de cultura y centros urbanos.
Aunque carecemos de estudios científicos sobre el tema, el doctor Justo Reinaldo Fabelo, jefe del Departamento de Investigaciones en Adicciones de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana, recordó la tendencia de muchas personas a refugiarse en estas conductas ante situaciones de estrés, miedo e inseguridad.
Al tabaco y el alcohol, reconocidas como las drogas más usadas en Cuba, el galeno suma la inclinación en los últimos años al abuso de sustancias ilegales y de prescripción médica, además de otras prácticas sin productos químicos como la dependencia tecnológica en forma de videojuegos, redes sociales, internet, entre otros fenómenos.
Si a esto agregamos el consumo desmedido de informaciones en sitios digitales denominado infodemia, entonces nos encontramos en presencia de un problema severo, que lo mismo puede ocasionar pánico que rechazo, o peor, cero percepción de riesgo.
Fabelo agrega otros peligros o adicciones somáticas como el aumento de trastornos alimentarios, ejercicio físico y sexo compulsivo, motivados por el extenso confinamiento.
Tales llamadas de alerta obligan a preguntarnos, por ejemplo, qué hace el menor encerrado en la habitación un día entero, cómo interactúa en redes sociales, qué sitios visita y en qué emplea el dinero que le damos.
Si nunca nos ha visto tomar un libro en la mano, tampoco le sugerimos ocuparse entre manualidades, ni educamos su gusto audiovisual, quizás anquilosado en superhéroes y narconovelas, difícil será iluminarle entre tanta sombra.
La diferencia tiene que hacerla la familia, sobre todo en medio de la enfermedad, y las instituciones idear desde ya atractivas formas de ocupar el tiempo, pues siempre habrá deudas con el ajedrez, las artes plásticas o el canto, pues el talento debe potenciarse lo antes posible.
¿Acaso murieron los Conjuntos Artísticos de Montaña, cruzadas culturales, La Mochila…? Deberán retomarse esas y nuevas experiencias cuando la tormenta pase.
Y sé que mi amiga solo piensa ahora mismo en cómo sobrevivir, igualito que millones en el orbe; sin embargo, ella tiene mucha razón: la COVID ha puesto casi todo en pausa, menos el futuro.