Una alegría infinita me invadió al escuchar la noticia de que el bolero ha sido declarado Patrimonio Cultural de la nación, justo a tono con una fecha memorable, el 24 de agosto, día del nacimiento de dos bastiones del pentagrama nuestro: Luis Marquetti y el genial Benny Moré.
Además de ser un eterno admirador de la obra del autor de Plazos traicioneros y Amor, qué malo eres, disfruto extraordinariamente este tipo de composición musical.
En predios del bolero han dejado su rúbrica de oro decenas de compositores y vocalistas del patio y de fuera, desde que, en 1883, el trovador santiaguero Pepe Sánchez diera a conocer su antológica piezaMe entristeces, mujer (o Tristezas).
Pero qué es el bolero, más allá de un canto de amor y dolor, de felicidad lograda, infelicidad brutal o melancolía permanente. Una parte de esa respuesta la tiene el escritor colombiano Gabriel García Márquez.
“Un bolero puede hacer que los enamorados se quieran más (…).Lograr que los enamorados se quieran más, aunque sea un momentico, es culturalmente importante, y si es culturalmente importante es revolucionario”.
No sería preciso esforzar demasiado la mente para nombrar cientos de boleros y boleristas que ganaron la inmortalidad desde que viera la luz la creación de Pepe Sánchez, como tampoco habríamos de pasar por alto que, hasta los míticos Beatles, interpretaron algunos gustosamente, como Till there was you (Hasta que estabas tú).
Y, para concretar la grabación de un tema como And I lover her (Y la amo), se vieron obligados a grabar esta pieza en tiempo de bolero.
Cuánto pudieramos contar sobre este género, cuánto sobre esa pieza nombradaBésame mucho, de la mexicana de origen cubano Chelo Velázquez, estrenada en plena Segunda Guerra Mundial, en 1940, grabada en cientos de versiones y hasta en una de los propios Beatles en 1962, capaz de llevar un mensaje amoroso de sentida incertidumbre, a los soldados de un bando y del otro, quienes tal vez no regresarían vivos a casa.
Qué pudiéramos contar acerca del caudal bolerístico que dejó otro artemiseño, José Dolores Quiñones, autor de los clásicos Vendaval sin rumbo y Los aretes que le faltan a la luna,dela Señora Sentimiento Elena Burque, Antonio Machín, Vicentico Valdés, José Tejedor y Blanca Rosa Gil.
Qué decir del fértil binomio de Piloto y Vera, el siempre afinado Lino Borges, los mexicanos Agustín Lara, María Grever, Gonzalo Curiel y Armando Manzanero, el chileno Lucho Gatica, los puertorriqueños Cheo y José Feliciano, la peruana Tania Libertad…
Si nos apartamos por un segundo del mundo estrictamente musical, lo veremos gravitando en infinidad de obras de teatro, novelas, cuentos, películas, cortos de ficción, animados…, no como gancho o atractivo relleno, sino como filosofía de vida, carburante para encender y entender las altas y las bajas pasiones humanas, sobre todo en esta parte del mundo llamada Latinoamérica.
Sí, definitivamente y tal como alguien lo definió, recordando de muchas maneras el célebre verso de Quevedo: “Poderoso Caballero es Don Bolero”. Y esa gracia, por suerte, no ha dejado de tocar las puertas del terruño artemiseño.