Un trío musical, compuesto por los miembros de una familia residente en Caimito, da vida a la imagen fotográfica con la que recientemente la joven María Fernanda Terry Pérez obtuviera el Premio del Concurso Internacional de Fotografía Cuba es Música, organizado por Musicuba, el festival Un Puente hacia La Habana y la Productora Havana Vive.
Taymara Blanco Díaz (madre), Carlos Alberto Miranda Ortega (padre) y José David Miranda Blanco (hijo), son los tres rostros que aportan luces a la imagen galardonada. Cada uno puede contar una hermosa historia sobre lo que han sido sus vidas, proyectos y sueños en el rico universo del pentagrama.
Taymara es licenciada en Educación Musical y graduada de nivel medio en la Escuela de Instructores de Arte. Se desempeña como profesora de lectoes-critura (solfeo) en la Escuela Provincial de Arte Eduardo Abela, en San Antonio de los Baños, actividad que la cautiva plenamente.
Lleva en los genes esta pasión por el magisterio, pues su padre José del Carmen Blanco Godínez sobresalió en la enseñanza de la gimnasia artís-tica y en las especialidades de Física y Astronomía, mientras que otros miembros de su familia también ejercieron la docencia durante largos años.
“Con la lectoescritura –comenta Taymara- sucede como con los maestros de primer grado: cuando comienza el curso ven a un alumno que no sabe leer ni escribir, pero al final ven a otro distinto, porque ya aprendió a hacer ambas cosas. Ese cambio nos regala a los maestros una alegría infinita.”
Carlos Alberto, conocido popularmente como El Panda, es natural de Artemisa, graduado de un curso de Práctica de Conjunto (preparación de tríos, cuartetos, quintetos, septetos…) y es un hombre orquesta: puede tocar el tres, el trombón, la guitarra y la percusión casi completa. P
or esta facilidad para moverse de un instrumento a otro, logró integrar desde la Banda del Estado Mayor de la Marina de Guerra hasta una infinidad de agrupa-ciones: Sonido Latino, Ciclón Habanero, Sandunga, Los Artemiseños…
Sus antecedentes familiares se centran con fuerza especial en el ámbito de la música, dentro del cual los suyos sobresalieron en la enseñanza de solfeo y la ejecución del trombón, el clarinete, la trompeta…
Confiesa que dejó muy atrás los tiempos de vida bohemia, repleta de irresponsabilidades, excesos y diversiones de todo tipo, y desde hace tiempo —junto a su esposa— profesa la fe cristiana y atienden de manera puntillosa la formación musical de su hijo José David, estudiante de séptimo grado, en la especialidad de violín, en la Eduardo Abela.
“José David nació en bendición; solo ha visto buenas acciones por parte de su familia, y ese ambiente musical y humano tan positivo lo estimula especialmente en su formación, no solo a él sino a cualquier niño rodeado de amor”.
El violinista José David cuenta apenas 12 años y ya sueña en grande: está decidido a ingresar a la Escuela Nacional de Arte (ENA) y ejecutar algún día Las cuatro estaciones, de Antonio Vivaldi y el Capricho número 24, de Niccolo Paganini.
Me explica este sueño, quizás no muy futuro, al tiempo que me enseña el modo tan exigente de sostener y ejecutar un violín. “Si a la hora de tocar empleas una mala técnica, los dolores te atacan todas las partes del cuerpo; se te pueden correr los dedos, la muñeca, jorobar la varilla, ponerte nervioso… y convertirse tu actuación en un verdadero dolor de cabeza”.
Mientras vemos fragmentos del documental El arte del violín, José David pronuncia el nombre de un sinfín de instrumentistas de talla planetaria, virtuosos que tocaron o tocan en los teatros más relumbrantes y han puesto de rodillas a la crítica especiali-zada más exigente.
“El violín es muy difícil —argumenta su padre—. La guitarra tiene trastes (divisiones), y eso ayuda en la ubicación de los dedos para emitir cualquier nota. El violín no los tiene; es un instrumento de tacto y precisión y cuerda frotada. Te guía sobre todo la intuición a la hora de ejecutarlo.”
Esta familia ha disfrutado intensamente el premio recibido a la imagen que los tiene como protagonistas. Y no es para menos. Es una instantánea sin dudas hermosa, detrás de la cual una profunda página de amor, tocada por tres seres, sigue latiendo al ritmo de la música y la vida.