Ella cubre su cuerpo con pijama de mangas y patas largas, dos guantes, gafas, máscara frontal, un gorro, tres nasobucos, una escafandra blanca, de goma: traje completamente hermético. Está lista para no comer, tomar agua ni ir al baño en las próximas ocho horas.
La doctora Rocío de los Ángeles Hernández López tiene 26 años. Desde su graduación en 2018, labora en un consultorio de San Cristóbal; pero hace poco fue a trabajar en zona roja al policlínico Orlando Santana, de Mariel, en la atención a enfermos de COVID-19. Allí permaneció durante una semana.

“Cuando entras en la sala para positivos no sales hasta que termina tu guardia. Andar con ese traje es agotador: sudas a mares. Es una experiencia muy diferente al trabajo en la atención primaria de salud: son pacientes sintomáticos, graves. Es enfrentarse a la COVID en su máxima expresión, en ocasiones más de ocho horas diarias, en dependencia de la disponibilidad del personal médico.
“Se trataba de enfermos con muchos síntomas, se te complicaban muy rápido: estaban aparentemente bien un día, al otro los intubabas y al siguiente fallecían: eso me impactó mucho. Miedo he sentido, sí, es un sentimiento humano. Impresiona, por ejemplo, ver una persona hacer de pronto un tromboembolismo pulmonar. Pero no me he paralizado ante el temor: he tratado de recuperarla y si no puedo busco otro médico.
“También me impactó la escasez de recursos humanos: allí era un médico y una enfermera para 30 camas, se trabajaba muy fuerte: casi no había tiempo para sentarse. Eras el camillero, la recepcionista, la secretaria de la sala. Las enfermeras también laboraban muchísimo.
“Los pacientes se complicaban muchas veces porque ocultaban síntomas. Pasabas visita y te decían que se sentían mejor y no era cierto. En otras ocasiones, ya venían de su casa con un mal pronóstico. Le preguntabas desde cuándo tenían síntomas y te decían: siete, diez días. Llegaban con falta de aire, con una neumonía tremenda, porque le informaban tardíamente a su doctor.
“No niego que puede ocurrir en algunas casos también un mal manejo desde el punto de vista de la atención sanitaria, porque los médicos estamos laborando al límite de nuestros esfuerzos; por eso necesitamos que las personas tengan más conciencia de la enfermedad.
Tras la experiencia en zona roja, la doctora se incorporó a al trabajo habitual en su consultorio, al que ahora se suma la atención a pacientes enfermos de COVID-19 con ingreso domiciliar. En medio del escenario de pico pandémico que vivimos en Cuba, varios asuntos le preocupan y ocupan.
“Todavía en este momento existen personas sin percepción del riesgo. Algunos, incluso, ocultan los síntomas, cuando hablan con el médico ya requieren de ingreso.
“Otra cuestión es la necesidad de más test de antígeno y PCR. Desgraciadamente existen muchos pacientes con sintomatología que no asumen la enfermedad mientras no les muestras un diagnóstico positivo, y siguen deambulando.
“También se requiere más disponibilidad de medicamentos para los ingresados en casa, de más rigurosidad en el aislamiento. Igualmente, más recursos humanos para enfrentar el actual contexto, así como terminar de inmunizar a la población”.
Más que nombrarlos héroes, profesionales como la doctora Rocío necesitan que reciproquemos sus sacrificios con disciplina. Ellos son tan humanos como nosotros: tienen sus propios miedos, flaquezas, familias en riesgo de contagio. Seamos más solidarios, ayudémosle a vencer la COVID-19.
Esa es mi prima, he sido testigo de su compromiso y entrega.Al igual que mi hermana entregaron todo cuando laboraron en el Mariel.
Y muy bonita por cierto