De asumir con los brazos caídos o el desánimo infecundo cada reto que le toque, 60 años de vida no le reportarán nada útil a ninguna persona o institución, aunque mucho sea el colorete para “embellecer” su fracaso.
Sesenta años cumple, precisamente, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), importante institución de la cultura cubana que agrupa la vanguardia artística y acoge las más diversas formas expresivas del arte y la literatura, desde su fundación el 22 agosto de 1961, con el apoyo convencido de Fidel y con Nicolás Guillén, el Poeta Nacional, al frente de esta durante más de 20 años.
Sería tonto pensar que muchos artistas de primera línea no le han dado oxígeno extraordinario a los pulmones de la Uneac y que premios significativos, galardones dignos y aportes sustantivos a la cultura y la identidad nacional no son indudables victorias de cada creador, como de una institución que encuentra en ellos, en sus inquietudes, sugerencias, desvelos y críticas punzantes su razón de ser y sus planes y proyectos para avanzar.
Mucha belleza para enaltecer a Cuba ha salido de quienes integran las filas de la Uneac… y muchos criterios nada fatuo en cada asamblea y en cada Congreso, en los cuales la verdad se plantea de modo descarnado y directo, no solo la concerniente al mundo del arte, sino también al ámbito de la sociedad cubana en general, pues parte imprescindible de ella son y serán quienes, desde la cultura, de modo apasionado, defienden la construcción de un país mejor.
En días recientes, todos llenos de noticias dolorosas, hablé de ellos o conversé con varios de esos creadores artemiseños, miembros de la Uneac, quienes, sin pedir nada a cambio, han puesto su talento y corazón ejemplar al servicio de elevar la estatura espiritual de los demás.
Son los casos del laudista Erdwin Vichot, la maestra de danza Ana Gloria Díaz, el director musical Israel García, el profesor y poeta ya fallecido Sandalio Camblor, el tenor Rodolfo Chacón, el investigador Luis César Núñez…
Cito estos nombres valiosos, pero son mucho más los miembros de la Uneac en Artemisa que han puesto su empeño entero en concretar, sin alarde vano, sin cháchara vacía, el carácter de espada y escudo de la cultura, su poder emancipador, en medio de un maremoto de mediocridad, capaz de tragarse todo aquello que no gane billetes a montón.
Ha pasado el tiempo y otras generaciones con nuevos sueños, nuevas propuestas y nuevos criterios han engrosado las filas, no para dinamitar su esencia, sino para enriquecerla desde la diferencia y la continuidad, pues a tono con un cambio de época deberán ir siempre los hombres y las instituciones, si pretenden vencer en sus afanes de hacer más pleno el espíritu de todo ser. No queda otro camino si pretendemos que humanismo, memoria histórica, raíces, poesía, sensibilidad, orgullo patrio… no pierdan jamás el rumbo de nuestra razón.
En esta tarea larga y paciente, dura y hermosa estuvo y estará la Uneac. Acompañarla en el empeño siempre será un asunto inaplazable para quienes la integren o para quienes, de un modo u otro, reciban los beneficios de su luz.