Muchos pensamos que la delegación cubana no podría sostener sobre sus hombros el peso con el cual partió hacia Tokio. Posicionarse entre los 20 primeros países en el medallero de los Juegos Olímpicos, hasta hace apenas una semana parecía una de las míticas tareas de Hércules, o un duro ascenso a los 3 776 metros del majestuoso Monte Fuji.
No era solo por contar con menos de 70 atletas, una de las más pequeñas en las últimas cinco décadas, sino por las dificultades que debieron sortear en tiempos de COVID-19.
Sin embargo, Cuba ha logrado una nueva hazaña bajo los cinco aros, con siete medallas de oro, tres de plata y cinco de bronce (15 en total). Además de entrar en el top 20 (lugar 14) del deporte mundial, superó en todos los sentidos la actuación de Río de Janeiro 2016 (5-2-4-11 y lugar 18).
Estos siete títulos representan la mayor cosecha desde Atenas 2004, cuando logramos nueve. Vuelve a sobresalir el boxeo, indudable Buque Insignia de nuestra armada deportiva, con cuatro doradas y un bronce, al erigir a tres bicampeones (Roniel Iglesias, Arlen López y Julio César la Cruz) y al nuevo campeón Andy Cruz: el 57% de sus integrantes se coronó.
La lucha comenzó con ímpetu, una gran sorpresa y una gran consagración, pero todo quedó ahí; no obstante, los fabulosos éxitos de los grequistas Mijaín López y del no menos empinado Luis Orta llenaron de alegría a un deporte que ha alcanzado oro desde Barcelona’92 y que logra “doblete” por segunda edición consecutiva. Casi al final sorprendió Reinieris Salas con un meritorio bronce en la libre.
Párrafo aparte para el Gigante de Herradura, quien al lograr su cuarta corona consecutiva superó a otra leyenda viva de este deporte, el ruso Alexander Karelin, y ganó merecidamente la designación, por el mismísimo Comité Olímpico Internacional, como el mejor luchador de la historia.
Otro tremendo regalo de Tokio fue el increíble triunfo in extremis de la canoa masculina del C-2 a 1 000 metros. A escasos 50 metros de la meta, Serguey Torres y Fernando Dayán Jorge superaron a la embarcación china, levantaron a toda Cuba de sus asientos y la hicieron saltar de alegría.
Las platas fueron para nuestra histórica Idalys Ortiz, cuarta judoca con cuatro preseas en Juegos Olímpicos; para otro grande de nuestro deporte, Leuris Pupo; y para un Juan Miguel Echevarría que estuvo a un salto de ser campeón, y una lesión se lo impidió.

Además del gladiador Salas, se colgaron metales bronceados el otro saltador Maykel Massó, quien dio una agradable sorpresa; Yaimé Pérez, quien —a mi criterio— se quedó a deber y no solo por la medalla; Lázaro Álvarez, quien logró su tercero consecutivo y un Rafael Alba encargado de abrir el medallero.
En resumen, la pequeña delegación hizo gala de efectividad y conquistó la cima del Monte Fuji. Los atletas cubanos se bañaron de gloria en Tokio y demostraron que el deporte en este pequeño archipiélago está vivo y por un camino de recuperar el terreno perdido.
Restan tres años para la próxima edición de Paris 2024, un nuevo reto para la Mayor de las Antillas y sus deportistas, quienes buscarán en la Ciudad Luz mantener el crecimiento de los dos últimos ciclos. Atletas de calidad mundial y jóvenes dispuestos a seguirlos hay para eso, solo resta esforzarse.