Al ver a Julio César la Cruz “luchar” por su segunda medalla de oro en Juegos Olímpicos, recordé más de una vez al gran Muhammad Ali, porque-salvando la distancia en el tiempo y las posibles polémicas- no he visto un púgil amateur que haya encarnado tan bien el precepto boxístico del gran Cassius Clay.
Eso de “flotar como una mariposa y picar como una abeja” fue justo lo que hizo La Sombra de Cuba en la pelea final, algo parecido a lo ha estado haciendo por más de una década y que ya le ha dado dos títulos bajo los cinco aros y cuatro cetros mundiales.
Su rival, el representante del Comité Olímpico Ruso y actual campeón mundial en esta división de 91 Kg, Muslim Gadzhimagomedov lo persiguió por todo el encerado y lanzó estériles golpes al aire una y otra vez; mientras la Cruz hacía eso de flotar como una mariposa, daba vueltas por el cuadrilátero y esquivaba la gran mayoría de sus puñetazos.
Luego de varios golpes fallidos del ruso, entonces llegaba la hora de la abeja. Julio César se quitaba con reflejos felinos el guante rival de su rostro y en cuestión de milisegundos cargaba su ataque contra un desprotegido Gadzhimagomedov. Cuando pegaba dos o tres como el anterior, iba él al ataque, hacía una finta hacia un lado y pegaba por el otro, así engañó una y otra vez, cual niño pequeño ¡al campeón mundial!
Cuando el árbitro señaló la esquina azul, la de Cuba, cayó automáticamente la tercera corona para el Buque Insignia en Tokio 2020; y con esa decisión proclamó nuevamente a Julio, como el César del cuadrilátero, como el César del Olimpo.