Noches atrás conversaba con una vecina sobre los casos de coronavirus en Guanajay y las “buenas vibras” que supuestamente protegían a nuestro barrio: desde inicio de la pandemia no teníamos ni sospechosos; eso hablaba de la responsabilidad y la percepción del riesgo.
Pero, horas más tarde, apareció el primer positivo, y justo hoy cumplimos dos semanas en cuarentena, con más de diez contagiados y estadísticas nada favorables.
Mi cuadra es de las más activas de la zona, quizás porque en la esquina tenemos una bodega y vivimos muy cerca de la calle central. Nuestra gente es familia. Sentimos en primera persona lo que ocupa a otros. Nos define la solidaridad, incluso en las peores circunstancias.
Lo más cercano que teníamos a la COVID-19 era la rueda de prensa del doctor Durán… hasta que mañanas, tardes y noches se volvieron cintas, grupos de trabajo, voluntarios, ambulancias, síntomas, encuestas epidemiológicas, guaguas entrando y saliendo con pacientes sospechosos o positivos, tests rápidos, rostros marchitos y malas noticias.
El bicho entró al barrio, tocó a las puertas más sensibles y atravesó corazones, sin importar las esperanzas de quienes confiaron en médicos, científicos, vacunas y esfuerzos.
Fue cuando una maestra dejó a un lado sus funciones escolares, y este periodista optó por el silencio en las páginas de su semanario para ayudar a salvar, ahora que Cuba tanto lo necesita.
No hizo falta convocatoria, manos alzadas para escoger o requisitos. Bastó la voluntad, bendita fuerza que en los peores momentos apuesta por crecer e incluso expandirse en medio de la tormenta. A mí y a Yordanka nos tocó servir de mensajeros a más de 35 hogares.
Aprovechar el poco tiempo libre entre mandados, silbatos que anuncian nuestra llegada, listas de precios, conteos, pedidos, sube y baja de escaleras, encuestas a vecinos, oídos muy receptivos, consuelos y, sobre todo, demasiada protección, nos permiten describir como algo abrumador lo que se vive en el Pontón.
¡Y cuán difícil completar líneas, entrelazar experiencias o sintetizar las angustias, con lágrimas en los ojos cuando ves partir a un ser querido, o saltos en el pecho cuando ese vecino al que serviste horas antes… ahora es positivo!
Declarar zona roja o cuarentena exige a las autoridades competentes mayor atención, mucha voluntad y rápido actuar, tres cuestiones perceptibles para quienes entregamos tanto desde las 6:00 de la mañana hasta bien tarde en la noche. Todavía falta escuchar, intercambiar, visitar, transmitir consuelo y confianza, explicar razones o poner todo el empeño, como hace nuestro presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez en sus recorridos por las provincias.
No toda la responsabilidad puede caer en un delegado (ni siquiera excelente como la querida María), tampoco dejar días de por medio en el abastecimiento a las personas que cumplen con el confinamiento disciplinadamente, a cambio de que les acerquen los bienes necesarios.
¿Cómo serán las próximas horas? Nadie lo sabe. Pero sí que es imprescindible poner el corazón donde los tiempos lo demandan. Sabemos la ardua tarea que ocupa a la nación en los últimos días; mas, no podemos permitirnos la desorganización. De ahí el reclamo de enfocarnos más en las debilidades y menos en las fortalezas.
Vivir en aislamiento total no se parece siquiera a como lo muestran imágenes o se planifica en reuniones. Bajo estas condiciones palpitan cuestiones financieras, psicológicas, sociales y espirituales. Sumémosle el doble a quienes no nos detenemos, porque es allí donde se nos convoca.
El apoyo contable de Sonia, el café de María Elena, las sonrisas de unos cuantos, el saludo, los dulces de Elvita, los regaños y hasta el cariño de quienes nos miran desde la distancia con rostros marchitos por la pandemia, jamás conseguiremos ni querremos borrarlos.
Esas son muestras de agradecimiento por controlar la armonía, exigir el cumplimiento de las medidas, alertar, planificar, gestionar y extender manos, con miedo, sí, pero mucha satisfacción de devolver al barrio los colores que estos días grises han arrebatado a nuestra gente.