Tres horas, solo eso, para mostrar al mundo una amalgama de sentimientos y simbolismo, desde la sencillez, la laboriosidad y la inteligencia. Luego las emociones coronaron el sublime momento en el que, bajo un cielo presidido por casi 2 000 drones, formaron al planeta, y convocados por John Lennon nos imaginamos «a toda la gente compartiendo todo el mundo».
Japón desborda tecnología e innovación, pero este 23 de julio no hacía falta un derroche de ellas ni un coche volador que encendiera el fuego, porque Tokio-2020 arde en la inspiración de los deportistas, en el amor que les tienen quienes los siguen, y en la cultura de la ciudad.
La sencillez fue la reina de la noche que abrió los XXXII Juegos Olímpicos al mundo, y la sensibilidad la magia de tanto con tan poco. Hubo respeto por los ausentes, por aquellos que en el último relevo de la antorcha fueron reconocidos por sus éxitos deportivos, por quienes en Fukushima lo perdieron todo, hasta la vida, por el terremoto, tsunami y luego contaminación del lugar por el daño que sufrió la planta nuclear. Por eso los niños y jóvenes de esa región le entregaron la llama a Osaka, cual luz de esperanza,
Y en esa esperanza en el futuro latieron los corazones de la Cuba solidaria, la de la paz y la de la alegría, que resiste pandemia, bloqueo recrudecido y hostigamiento basado en la mentira y la manipulación, pero que sin ser Japón –geografía en la que cabe tres veces–, aspira al desarrollo y a la victoria de su pueblo y del mundo. Ayer sentimos sano orgullo nacional cuando los brazos de Mijaín López y de Yaimé Pérez sostenían en su bandera a un país.
Los Juegos Olímpicos de Tokio-2020, pese a todo, son ya una realidad. Lennon tenía razón: «Quizá digas que soy un soñador/ Pero no soy el único/ Espero que algún día te unas a nosotros/ Y el mundo será uno solo».
Tomado de Granma