Hace dos años todo el mundo habría apostado por una final entre Idalys Ortiz y Akira Sone. Hoy las cosas no están tan claras.
Como profesional, Idalys Ortiz ha ganado 55 medallas. Hay más metales en su habitación que en una mina sudafricana. La cubana lo ha ganado todo, absolutamente todo. Es posiblemente la mujer más premiada de la historia, y parece que sigue coleccionando.
Para ella y cualquier judoca cubano, 2021 ha sido un año especialmente duro. El confinamiento y la crisis mundial le han impedido competir. Solo pudo participar en el Campeonato Mundial de Budapest, donde terminó quinta.
A sus 31 años sigue liderando el ranking, tiene más experiencia que la mayoría y mantiene un alto nivel de competitividad. Quizás Tokio sea su última gran oportunidad olímpica.
Akira Sone es diez años más joven y tiene un historial amenazante, especialmente porque es muy joven. Ha sido tres veces campeona del mundo, incluidas las categorías menores y por equipos, y desde su debut con la élite ha ganado siete de los 11 torneos en los que ha participado. En los otros cuatro fue segunda o tercera.
Ya no es el futuro de Japón en la categoría más pesada para las mujeres, sino el presente. Por eso su federación anunció, hace más de un año, que Sone sería la candidata olímpica, mucho antes que el resto del equipo. Apuestan por ella con firmeza.
Los pronósticos anunciaban una final entre ambas, sobre todo porque la azerbaiyana Iryna Kindzerska, la brasileña Maria Suelen Altheman y la turca Kayra Sayit no están al mismo nivel. Serán cabezas de serie, son inteligentes y lucharán por una medalla, como siempre, pero en los grandes eventos suelen quedar en bronce. Lo normal es que la lucha por el oro vaya según las predicciones.
Lo que ha cambiado es la irrupción definitiva de la nueva perla de la escuela francesa, Romane Dicko. Tiene 21 años, como Sone, y es igual de talentosa. Ha ganado sus últimos seis torneos, incluido el Campeonato de Europa, sin temblar, con una facilidad deslumbrante.
La diferencia entre ella y Sone son pulgadas. Dicko es más alta, tiene brazos más largos y eso la favorece. También es muy rápida para esa categoría. Sone también es muy técnica y rápida. Son el presente y el futuro del judo en la división superpesada.
Ortiz actuará como árbitro, quizás como aguafiestas, porque el ocaso de su carrera está más cerca. Si quiere ganar, Dicko tendrá que vencer a ambas, una en las semifinales y la otra en la final.
El sorteo revelará la ruta a seguir, de las tres y de las demás, a quienes no podemos ignorar, porque en el judo hay mucha teoría pero luego todo es relativo. Albert Einstein debe haber tenido alma de judoca.
Por PEDRO LASUEN, de la Federación Internacional de Judo