Su cuerpo vibra sobre el escenario. Ella es movimiento, pasión, amor y paz. A sus 27 años, Caridad Doris Cabrera Zamora reparte su vida profesional entre ser bailarina de la compañía NCDance e instructora de arte de la casa de cultura Raquel Revuelta.
¿Cómo conjugas la enseñanza con tu carrera profesional?
“Disfruto y vivo enseñando a las nuevas generaciones. Me gusta ver en los niños no solo el desarrollo artístico, sino también el emocional, espiritual y social que brinda la danza. Llevo la carrera y la enseñanza de la mano como si fueran una: planifico mi tiempo… y me esfuerzo el doble”.
¿Y cómo es ser mamá, bailarina y profesora?
“Un desafío, pero gracias al apoyo de mis padres todo ha sido posible”.
Doris imparte clases en cuatro talleres, con niños desde cuatro años hasta adultos: uno en la casa de cultura y tres en la compañía NCDance, estos últimos por edades, niños, adolescentes y jóvenes. Por si no bastara, asume otro con los estudiantes de la Escuela Vocacional de Arte.
“Disfruto ver cómo niños y jóvenes aprenden y se divierten jugando a ser bailarines. Estudio la posibilidad de extender mis talleres al adulto mayor”.
Añora el escenario, porque con la COVID-19 apenas organizan presentaciones en vivo; son casi una utopía. Y extraña las clases en los talleres. Para quien danza desde los cuatro años, esta etapa supone un cambio muy grande.
“Pasé por varias agrupaciones de aficionados, como el proyecto Almadanza, de la maestra Ana Gloria Díaz; Danza Unidos, del maestro Alexis Águila y el grupo Metamorfosis, dirigido por el fallecido Juan Carlos Delgado”.
Luego vinieron los estudios en la Escuela Vocacional de Arte y en la de Instructores de Arte 13 de Marzo.
“Desde niña me divertía bailando. La danza me inspira. Me desahogo, libero mis problemas y descubro algo nuevo sobre mí. Es como alcanzar una palabra que no existe, cantar una canción de mil generaciones, sentir el significado del momento, expresar con el cuerpo lo que siento”.
¿Qué es lo más importante en un bailarín profesional?
“Primero la modestia, luego el entrenamiento diario, el esfuerzo, el estudio, el sacrificio y escuchar a los de mayor experiencia en esta carrera”.
¿Cuáles son tus objetivos como bailarina?
“Cada día ser mejor, desarrollar mi técnica, marcar un estilo propio”.
¿Qué tres cosas llevarías a una isla desierta?
A mi familia, una grabadora y zapatillas para bailar.
Casi olvidado quedó aquel momento de la adolescencia, cuando creyó que nunca sería bailarina. Mucha disciplina y constancia la condujeron a su destino.
“La danza me ha permitido conocer otras culturas, otros países y amigos; participar en eventos y representar a Caimito y a Cuba en festivales internacionales, y aquí, incluso ante el presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez. También me ha beneficiado espiritualmente; la danza es la mejor terapia para el ser humano”.