El sueño olímpico de nuestro deporte nacional desapareció mucho antes de que pudiéramos emocionarnos con la posibilidad de volver a una cita estival 13 años después. Desapareció casi tan pronto comenzó. Dos partidos, dos derrotas… y adiós.
A pesar de la rápida eliminación, no podemos decir que los peloteros —y el equipo Cuba en general— decepcionaran. Se cayó en los dos juegos claves, ante conjuntos en el papel —y sobre el campo también— superiores al nuestro, pero de manera muy apretada, por solo una carrera de diferencia; eso demuestra que no estuvieron “tan lejos de la verdad”.
Sí, se perdieron los dos partidos decisivos; sin embargo, apreciamos que pudieron ganar cualquiera de los dos, pese a salir 0-3 en el mismo primer inning en ambos. Batearon con relativa soltura, aunque muchas veces faltó la conexión clave, y eso no se veía hace rato en una escuadra cubana.
En esos encuentros, otra vez hubo una asignatura pendiente, la de fabricar carreras, esa que tanto se potenció en los entrenamientos. Mientras los rivales sacaron el máximo a cada posibilidad, los cubanos quedamos esperando batazos a la hora buena que no llegaron… y a la postre condenaron las oportunidades de victoria.
Luego vino el mejor juego de un equipo Cuba que recuerde en los últimos años. Cierto, ante un Colombia lejos siquiera de la sombra de lo mostrado antes, pero ese juego me devolvió a cuando nuestro equipo ganaba con facilidad (hace mucho tiempo) en cuanto evento internacional se presentara.
Párrafo aparte para Dayán García, el único Cazador que vistió la franela de las cuatro letras. El Mago de San Antonio debutó como titular en tercera base y con indiscutible en su primer turno al bate; después lució un poco ansioso en el cajón de bateo, aunque —en opinión de este redactor— respondió bien madero en ristre.
Todos sabíamos que sería un torneo bien difícil, que nos encontraríamos a rivales con mucha experiencia, incluso de Grandes Ligas, que las posibilidades de Cuba no eran demasiadas; no obstante, siempre mantuvimos la fe en nuestros atletas, en el coraje de los peloteros cubanos, y soñamos con verlos nuevamente bajo los cinco aros.
No se pudo. Cuando muchos confiábamos en que la pelota cubana podría salir de su prolongado letargo (no se gana un certamen de primer nivel desde los Juegos Panamericanos de Río’07), vimos apenas los primeros indicios de que el despertar está más cerca, quizás porque no les alcanzó el torneo para confirmarlo o porque queda mucho por trabajar todavía; solo el tiempo y el terreno lo dirán.