Puede resultar sinuoso y accidentado el camino de entrada a la finca Tungasuk. Pero vale la pena, porque al final del recorrido encontrarás el edén de la nicaragüense Annabelle Canterero y el peruano Alfredo Wilson, a quienes los une el amor de pareja y a nuestro archipiélago.
Desde hace siete años residen en Caimito, y han hecho de un terreno baldío una próspera tierra donde cultivan plantas aromáticas y medicinales, todo tipo de frutales, hortalizas, vegetales y viandas. Además, tienen una pequeña cría de aves de corral, peces y conejos.
En este andar han reforestado la zona con árboles: en su bosque han sembrado hasta orquídeas e impiden la tala.
“El recorrido no ha sido fácil. Ahora vemos el resultado; sin embargo, la tarea fue titánica. Recuerdo que cuando comencé me tildaron de loco, y muchos vaticinaron que ni un mamey recogería de aquí”, cuenta Wilson.
No obstante, la realidad es otra: la tierra agradecida por los cuidados y el empeño, exhibe orgullosa sus frutos. En la caballería que ocupan se observan mangos, aguacates, cocos, cítricos (toronjas, naranjas y limones), cerezas, maracuyá, mameyes como los de Santo Domingo e incluso otras más exóticas como el caqui (una mezcla de naranja y tomate), el níspero japonés o la lúcuma.
Sus cultivos basados en la agricultura sostenible y ecológica, han permitido el renacer de la fauna. Tungasuk constituye un espectáculo en el cual presenciar un concierto de aves o admirar alguna jutía.
¿Dónde comenzó todo? ¿Cómo se conocieron? ¿Por qué elegir Cuba y no Francia? ¿Cuáles son sus proyectos y sueños?
De Perú a Cuba
Alfredo cuenta que Tungasuk es un nombre quechua con mucho significado: donde nació y se rebeló Tupac Amaru. “Mi madre es de las montañas, de Ancash, en Los Andes”.
Pero el aún joven agricultor tiene una vida ligada a esta nación: sus padres emigraron hace 25 años a la mayor de las Antillas, la mamá falleció hace un año y el papá divide su vida entre la finca y La Habana.
“En 1991 viajé a Cuba durante un tiempo. Luego me fui a Nicaragua a estudiar; allí conocí a Annabelle hace diez años: ese fue el comienzo de nuestra historia.
“Después nos trasladamos al Congo, y de ahí a Francia, donde mi esposa estudió para ser chef en la Escuela Grégoire-Ferrandi, una de las principales del país, con un programa para proporcionar el más alto nivel de formación culinaria y habilidades de gestión asociadas.
“Annabelle ama la cocina. Su tarta de chocolate es un pedazo de cielo en la boca. Ella trabaja en la creación de un menú de degustación que será presentado en París para acompañar el lanzamiento del ron Eminente, de Moët Hennessy y Cuba Ron”, revela Alfredo.
“Se trata de un menú de inspiración de cocina cubana caribeña, con las notas gustativas del ron: el café, el jengibre, el dulce de leche. Entre las ideas de recetas está el cordero, frituras de malanga con jengibre y miel, un montado con cangrejo e incluso un ratatouille caribeño (vegetales) sobre casabe”.
Esta última idea nace de una colaboración con el proyecto Amigos del Casabe de Yoel Fontaine. “El ratatouille caribeño lleva pimientos, cebolla, ajo, pepino, piña, tomate, ajo porro salteados en mantequilla de coco y el casabe ligeramente pincelado con aceite de coco antes de pasarlo un minuto por el horno. Finalmente se decora con coco rallado seco”.
Su cocina fusión lleva la mezcla de la cocina peruana, cubana e internacional, sin olvidar los toques indiscutibles de la francesa. Desde hace algún tiempo oferta un proyecto gastronómico en que se pueden degustar sus almuerzos orgánicos y con ingredientes naturales.
Aquí nació su hija Cecile, cubana con todas las de la ley. A algunos les parecerá insólito abandonar el progreso de la civilización francesa para vivir en un país subdesarrollado, pero no a ellos.
“Nos impulsó mi amor al campo. Vivo muy feliz, en un ambiente muy sano y tranquilo. En Cuba no hay violencia como en muchos países latinoamericanos; eso es algo que agradezco a diario, porque mi hija crece en las mejores condiciones”, enfatiza Alfredo.
Este matrimonio ha logrado crear alianzas con productores y campesinos de la zona. No faltan las buenas prácticas y la colaboración como bandera. También reciben asesoría del centro de investigación de frutales.
Si la COVID-19 lo permite, Annabelle y Alfredo esperan muy pronto abrir sus puertas nuevamente al agroturismo. Mientras, siguen cultivando la tierra con denuedo y esa complicidad nacida del amor, porque aquí en Cuba, en un pedazo de Caimito, han creado su propio edén.