“Sí muchacha yo soy mensajero. Claro tambien soy músico. Déjame explicarte por donde va la vida de este servidor que conociste en la escuela de instructores de arte, claro que soy el mismo Osvaldo Monzón.
“Sigo siendo el instructor de música, y profesor de guitarra de la Casa de Cultura Raymundo Valenzuela, en San Antonio de los Baños, lo que sucede es que con esta emergencia sanitaria ayudo como mensajero a las personas vulnerables ¿Entendiste?
“¿Que cómo llego a este trabajo? Pues, debido a la situación que hay en el pueblo, pero no es algo que hago ahora en cuarentena, desde febrero, cuando la Casa de Cultura cerró sus talleres, mi vida tomó otro rumbo. La guitarra me acompañó por primera vez a una nueva labor: la de mensajero en el Comedor del Sistema de Atención a la Familia (SAF) Ariguanabo.
“La dirección de la Casa me propuso esta nueva tarea y no dudé ni un segundo. Me gustó la idea de ayudar a otros, aunque no fuese desde el arte, en tiempos de pandemia. Acepté porque pienso que uno debe estar donde realmente es útil.
“Yo soy joven, estoy sano, no voy a quedarme de brazos cruzados en la casa si puedo hacer algo que va más allá de la música. Es también una melodía sana llevarles alimentos a personas necesitadas ahora mismo en el Ariguanabo, esa es una acción que salva.
“¿Un músico-mensajero yo? Puede ser, pero a mi guitarra no la olvido ni la cambio. ¿Y sabes? Me gusta lo que hago. Soy de la zona 1, CDR 6, un poco distante del comedor Ariguanabo.
“¿Difícil? Que va, no creo que sea una labor espinosa, no veo dificultades para ejecutarla eso sí, con un valor humano muy importante.
“Mira, mi ayuda la reciben dos familias. Desde febrero se alimentan con la comida que les llevo. Son solo dos casas, una familia de cuatro miembros y un señor solo de la tercera edad.
“¿Que te cuente cómo son los días de Osvaldito el mensajero? Mi día a día se resume en esperar que llegue el momento de atenderlos. Voy al SAF, a eso de las 10:00 a.m., me informo del menú y le hago fotos, para ir a su casa y enseñarles.
“Sacamos cuenta del precio y deciden lo que quieren comprar, me dan el dinero y los envases para el alimento.
Cuando llego a sus casas con comida, al ver sus caras, siento que soy muy útil.
“¿Qué si me quieren? Hubo unos días en los que me ausenté por problemas personales, casi una semana, y preguntaban por mí al otro mensajero que hacía mi trabajo. Lo peor para él y gratificante para mí, querían mi regreso.
“Entonces, al tocarle las puertas ¡ay!, descubrí que no solo había tocado las de su casa, también las de su corazón. Los rostros le cambiaron, los ojos le brillaban de agradecimiento. Me motivó a continuar y entender que no les puedo fallar. Pude percibir la alegría y el alivio tan grande, y ¡qué bueno verte otra vez! me llenó de orgullo.
“Sí, ya ellos saben que soy músico, pero con esta situación no hay tiempo para cantar. Sigo los protocolos, no hago estancia… Ya habrá tiempo para una canción.
“Se asombraron mucho el día que fui a entregarles el almuerzo y llevaba la guitarra ¿Y tú eres músico? Preguntaron, y se sorprendieron.
Ahora con esta cuarentena en San Antonio iban a cambiarles el mensajero porque nuestras zonas quedan muy distantes, y ellos no quisieron.
“Cuando les comuniqué que posiblemente no era yo el que volverían a ver en el resto de los días de esta cuarentena, no estuvieron de acuerdo, y logré obtener un permiso, para seguir siendo su mensajero.
“Hay veces como esta que tenemos que salirnos de lo que hemos hecho siempre y desdoblarnos, desvestirnos y calzar nuevos zapatos para estrenar caminos.
“Me siento como un actor que ejecuta un nuevo personaje y temo que me sucederá como a esos, los actores que una vez encarnado el nuevo rol, pasan mucho trabajo para desprenderse de esta caracterización.
“Veré cuando llegue el momento cómo reacciono, por ahora disfruto esta posibilidad de cuidar y ayudar. ¿No decían que los instructores de arte éramos médicos del alma? Pues aquí me ven, sanando heridas no con música sino con el corazón.