En su enjundioso artículo El escritor y la biblioteca, el destacado poeta y ensayista Cintio Vitier relata de manera especialmente hermosa la diferencia que se va estableciendo entre ese libro un tanto mustio presente en las librerías y ese otro que va tomando otra dimensión en los estantes de una biblioteca.
Pudiera ser simple poesía, derroche de tierna imaginación de un talentoso escriba, pero no lo es. El libro, una vez que arriba a la biblioteca, adquiere la dimensión de la joya que debe cuidarse con esmero, pues, en caso de romperse o extraviarse, es posible que nadie encuentre el modo de reponerlo, porque ya en las librerías donde estuvo de manera abundante, hace rato, tal vez, dejó de existir.
Admiro las bibliotecas por eso y de seguro por mucho más. Y admiro el trabajo de los bibliotecarios y, si he de ser justo, sobre todo el de las bibliotecarias, porque si de los primeros puedo citar pocos nombres, de las segundas puedo citar decenas.
No obstante, para los unos y las otras, el 7 de junio, fecha de nacimiento del padre de la bibliografía cubana, el historiador, profesor, periodista y escritor Antonio Bachiller y Morales (1812-1889), más que una jornada para homenajearlos, resulta una jornada para entender la dimensión cultural de un oficio que, pese a los imponentes cambios en el mundo de hoy y las opciones infinitas para la lectura y el conocimiento en el ámbito digital, no deja de ser viable ni aglutinador.
Lo afirmo porque puede la biblioteca ser mucho más que ese lugar donde las almas en silencio bucean en lo profundo de la sabiduría que regalan las páginas de cada libro. La biblioteca de hoy puede abrirse (y así lo ha hecho muchas veces) a conciertos, conferencias, exposiciones, premiaciones de concursos, obras de teatro, recitales de trovadores…, organizados por la pericia de nuestros bibliotecarios.
En estos años así lo he disfrutado en eventos como la Feria Provincial del Libro en la biblioteca Ciro Redondo, en Artemisa, y en el Taller Orígenes en Bauta, celebrado en la biblioteca Antonio Maceo.
También en la premiación del concurso literario Enrique Álvarez Jane en la biblioteca de este mismo nombre en Mariel, y en los encuentros literarios en la Nena Villegas de Caimito, en los cuales la impronta organizativa de nuestras bibliotecarias ha merecido más de un elogio.
Son apenas unos pocos ejemplos. Pero estoy seguro que cualquier otro escritor de nuestra provincia o sencillamente cualquier artemiseño, pudiera mencionar cuántos beneficios espirituales ha recibido en su acercamiento a quienes, en esta institución, defienden la integridad del libro, bastión de la cultura cubana y de cualquier cultura.
Cada biblioteca es un pedazo de Sol, alimentado no solo por la luz de las decenas de libros que contiene, sino por la de quienes hacen de ellas un camino ancho, diverso, esplendente hacia el conocimiento, el fabuloso destino hacia el cual deberían caminar todos los hombres y mujeres de la Tierra.