Vuelvo sobre la COVID-19, aunque no quiera. Se ha tornado habitual en una u otra página de este semanario y en nuestra obra digital. Más allá de los números, vivimos la pandemia desde los afectos. Así también es, junto a temas de salarios y precios, el más recurrido en la sala o el portal de cualquier artemiseño, en las mañanas, las tardes y hasta de madrugada.
A un año de vivir con el susto, de que inevitablemente el teléfono pueda sonar para decirte: “eres contacto de un paciente positivo”, en esa ruta de un tercero tal vez sin conocer, habrá lecciones que se conviertan en estrategias para evitar mayor propagación del virus.
Me enmudecen esas guaguas repletas hacia centros de aislamiento. No exagero. Reconozco con creces la voluntad (protagonista a diario tras el anonimato) de quienes aseguran ese espacio; miedos solo recompensados con el deber cumplido, familias orgullosas pero con sobresalto; sacrificios no siempre aplaudidos y trabajadores que para mí, ya tienen la Bandera de Honor tatuada en su fatiga…
Mas, si aislar es la mejor manera de evitar la cadena de contagios, cada contacto merece, al menos, un pequeño estudio, inmediato y certero a la par. Hay quienes logran mejor ese objetivo en su propia casa, y no en un albergue que (a pesar de la noble intención) no está previsto para distanciamiento ni sus capacidades lo permiten.
Poner en el justo sitio para el cual se concibieron, el 4 de enero de 1984, el médico y la enfermera de la familia, puede aportar mejores experiencias en momentos como este.
¿Quién mejor que ellos para decidir en su comunidad las condiciones individuales de cada contacto, visitarlos a diario, confirmar su estado de salud y adoptar protocolos, según la evaluación; en tanto se espera el resultado del PCR o terminar la cuarentena?
Afloran los ejemplos, sobre todo de personas que viven solas o cuyos convivientes ya están aislados, muchos mayores de edad, los cuales por vez primera comparten dormitorios y espacios sanitarios con decenas de contactos de otros, prácticas que han deparado más números para la lista de la COVID-19.
Estar aislado implica conductas depresivas y de ansiedad, así sea en nuestro espacio habitual; imaginemos en otro con las eventuales condiciones no totalmente acertadas y a la espera de un resultado, cuando la palabra NEGATIVO se convierte en alegría, como pocas veces en la vida.
Y me viene a la mente algo muy elemental de una artemiseña, aislada, donde la comida y el servicio eran insuperables, y solo pedía más agua potable. Bebía un vaso cuando los voluntarios subían a llevar los alimentos; ellos no podían cargar sobre sus hombros tanques tan pesados, ni subir y bajar tantas veces-exponiéndose también-lo cual es comprensible. Beber de la llave, recomendaron no hacerlo. Claro, no es sombra ante tanta luz, pero influye.
Pudiera parecer brusco e insensible; sin embargo, un aislado entraña gastos en proviciones, desayuno, almuerzo, comida, meriendas, electricidad, trans-porte… que el Estado dejaría de sumar, sin aludir a la preocupación familiar por la distancia y otras adversidades.
Tener contactos de casos positivos únicamente aislados en su casa es un riesgo, me aseguran. Y me pregunto por qué, si existen decenas de mecanismos de control y persuasión, si (al ser la solidaridad nuestra actitud inherente) no le faltará el mensajero de la cuadra, y hasta el saludo cada mañana a metros de distancia puede ser alivio. Ahí están el médico y la enfermera, la trabajadora social, el asistente del área de Salud…
¿Por qué no evitar el “cliché”, en tanto sea permisible, del aislamiento? ¿Por qué montar a todos, incluso a muchos a cualquier hora en una guagua, sin la más atinada encuesta acerca del caso? A veces ahí mismo comienza el No-aislamiento y ciertos murmullos (que soy incapaz de repetir) molestan ante tantos esfuerzos. Sume los disgustos (a evitar también) ante la espera de ese transporte que aísla, por mecanismos al parecer no tan engrasados u objetivos. Y, por supuesto, serían menos personas en el retorno, otro momento que ha pasado de “castaño oscuro”, entre los aislados, por los inoportunos horarios.
Si en marzo de 2020 COVID-19 era un término ajeno, hoy es de los más mencionados. No creo desacertado aglutinar experiencias en torno a cómo funciona mejor el protocolo de prevención en un área de Salud u otra, tal vez descentralizar el aislamiento con la responsabilidad ya probada de las batas blancas en la misma comunidad. No hay reglas de país para ajustar tales decisiones; una vez más las estrategias locales pueden darnos la luz.
Creo que es una conclusión sabia . Cuba tiene las condiciones como ningún otro lugar del mundo para tratar así el tema. El sistema primario de Salud es una opción definitivamente favorable en todos los sentidos. El riesgo de contagio es mayor en un albergue (por buena intención que se tenga) que en el domicilio, además muchas personas mayores, hipertensas pueden caer en crisis por ansiedad, tensión, eso sin contar los gastos del Estado. Evitemos las sombras, multipliquemos la luz. Gracias por tu trabajo, la reflexión merece la pena.