Después de ver el mar, una cola, un aeropuerto con aviones casi de juguete, de ver una funeraria, un basurero, un parque frente a un muro enorme. Mucho después de todo eso, y con un Sol siempre igual, andamos por la orillita de un camino que se hace más rural a cada paso.
A la derecha, un campo vasto. Pasto verde amarillento con un silo a lo lejos en una empinada. Similar a un paisaje bucólico del siglo XVIII. Prece el lugar donde filmaron el Águila Roja. Entiendo que hemos llegado.
Ha cambiado la entrada principal. Entramos por el área de comercio, de canje. Como lo poco que traemos no basta para comerciar, canjeamos preguntas y respuestas con Vivian (mucho después supimos que se llama así).
Ahora nos parece una historiadora apasionada que a medida que cuenta se va quitando más y más el nasobuco hasta descubrirnos su cara cuarentona. Pero antes del relato del lugar, nos ubica: “Esto es Bauta, Artemisa”, le dice a quienes nos pensábamos aun en Santa Fe, donde nos bajamos en una 51 ¡auxilio! .
Antes ni siquiera eran Bauta y Santa Fe, era Santa Ana, nacida de la casa matriz del ingenio Taoro, que fue Tacaronte y Oro Palma, para unirse a ese nombre que nos sabe a jugo. Jugo de mango. Los ingenios estaban en zona de frutales. Sí, porque hubo varios ingenios. No hay un solo valle de ingenios aunque la historia o el turismo le den preponderancia solo al de Trinidad.
Estamos frente a las ruinas del último ingenio que molió en Cuba. Estamos frente a cuatro piedras. Cuatro piedras que todavía hablan, algo que no se cansa de recalcar Vivian, geofísica de profesión.
Las piedras- como las historias- nunca son pocas, le hubiera gustado escribir a Vivian. Esas que también vemos en las paredes de la casa sin techo, que fue de una familia entre 1961-1981 hasta declararla Patrimonio local (sin tarja representativa).
Avanzamos entre lozas anacrónicas y originales. Con la voz de Vivian y los flashes de Erick, Pedro y Yohan. Vemos signos de brujería en los muros que resguardan el tiempo y la candela de la antigua vivienda. No la candela que le diera Baldomero Acosta en 1896 durante la Tea incendiaria. No es una candela incendiaria la que resguardan las paredes. Es la candela cenicienta que pinta en negro sobre blanco, el tizne de un espacio dormido.
-El Papa allá sabe que tenemos dolor, suelta convencida Vivian (nosotros tenemos picazón en los pies) mientras ganamos a la hierba alta que huele a descuido verde. Llegamos a un orificio rectangular empotrado bajo tierra con superficie verde hediondo. Las aguas albañales caen por el relieve en el aljibe. Nosotros no sabemos aún por qué caímos aquí.
Erick dice que somos el círculo de interés Amigos de Indiana Jones. Luego de visitar finca La Luisa, este es el segundo lugar que redescubrimos. Perseguimos ruinas para no arruinarnos o para no aburrirnos. Buscamos imágenes.
Y vaya la que nos topamos justo al lado de los barracones de esclavos: cubierto de ramas y matas está el gasómetro, la única maquinaria fósil que sobrevive a los días del ingenio. Una estructura de metal que pareciera la inspiración de Hayao Miyazaki para dibujar los guardianes de El castillo en el cielo.
Bordeamos la parte de atrás de la casa para salir a la esquina izquierda del frente. El jagüey se incrusta a los muros y toma su forma. Es una planta parásita. El descuido también es una planta parásita para el sitio que fuera cafetal en el siglo XVIII. Desde esa época está construido el arco en este extremo izquierdo. Muy fotogénico o carismático para la fotografía, frase preferida por nuestra acompañante.
Estamos en el punto medio de dos de las cuatro ceibas que resguardan el Taoro, sembradas en pedestales. Ceiba petandra. Ceiba símbolo de asentamiento. Ceiba trascendencia de todo, hasta de asentamiento que ya no es más.
Vivian se nos revela como coleccionista de ceibas. Tiene cuatro en su casa sembradas en macetas. Tiene varias regadas por la hierba del otrora ingenio. Nos enseña una. Una ceiba bebé. Ceiba que le parece un trébol. La desplanta y Anita se la lleva, quizá para la suerte.
Lo último es el campanario. Histórico emblema del lugar. Ahora tapiado por bloques de piedra. Relleno. No se puede subir. Ni Vivian entiende, y el Papa de saberlo, menos. Se ve una campana pero no es la original. La auténtica, la resguardó la cuidadora en las bóvedas de la Casa de Cultura, que antes fueron las bóvedas de Dionisio San Román (en la casa del mártir del 5 de septiembre está una campana que bien pudo ser ordenada a confeccionar por el hijo de un capitán del ejército de Napoleón).
Para seguir en hechos más sólidos, recuerdo que Vivian aclaró que la campana “es de bronce fundido, la hacen pila para agua, al momento. A la gente de la comunidad cercana le interesan más los caballos que las historias”. Como Yohan, que le tiró varias fotos a un potro juguetón que se revuelca en la hierba del lugar.
Terminamos en el mismo sitio donde comenzamos. Frente a cuatro piedras y con los pies en las raíces de una ceiba. Terminamos con más picazón y entusiasmo, sobre todo Vivian, que da la impresión que si la bañadera original no se la hubieran llevado para el Palacio de los Capitanes Generales, no tuviera que ir a su casa. Todavía la gente se entusiasma cuando le habla de tanta historia a periodistas (aunque somos estudiantes).
Vivian nos “vende” el lugar, cuenta sus sueños: “avanzar un tantico así (con seña y todo) en la restauración”. Comenta que faltó mucho por decir; que el viejo Domingo afirma que el ingenio es un portal extraterrestre; que los abuelos del actor Aramis Delgado trabajaron para el último dueño; que hay una leyenda jesuita sobre el Taoro; que hay… para Vivian siempre hay. Ella hubiera querido pensar- como escribió Borges- que solo perduran en el tiempo las cosas que no fueron del tiempo. A pesar de todo, el Taoro y sus ruinas perduran.
A pesar de la destrucción, es un hermoso el lugar que visitamos
Acabo de leer esto con lágrimas en los ojos. Soy santafesina, me gusta la historia y la aventura, de pequeña iba a este ingenio cuando aún estaba parte del trapiche y empotradas en las paredes cadenas y cepo. Siempre soñé en mí imaginario infantil que desde el río Santa Ana había tráfico de esclavos que metían por túneles subterráneos y maleza hasta el mismo ingenio, aún nadie me dice si esto es cierto o no, pero juraría haber visto estructuras de los mismos…cada vez que alguien con deseos de conocer lo distinto llega a mi casa lo trasladó en bici (cleta o taxi) al lugar para decir sin mucha propiedad o conocimiento que este es uno de los ingenios que aún perviven en nuestro país y que es una pena que no se rescate como parte turística- histórica – cultural…he visto crecer la desidia juntoncon la maleza, lo vi ser un ranchon, creo que de Palmares o no se qué, lo vi habitado por personas ajenas, y otra vez abandonado a su destino. Me entero ahora que la campana no es la original, y me alegro que esté a buen reaguardo…como cubana y ciudadana adore ver que aún se piensa en estas cosas que son patrimonio NUESTRO, a ver si cortan la yerba que alcanza a veces a taparle y con ella la enfermedad carcomente de no hacer nada…agradezco a los estudiantes su travesía mágica y a la historiadora sus ganas…
Cada cierto tiempo aparece algún artículo sobre el ingenio Taoro. Pasan los años y el abandono del lugar y la desidia para acometer su conservación perduran tanto como sus piedras. Falta voluntad e imaginación para unir lo bello con lo útil y preservar un pedazo de historia.
Hay tantos ingenios o vestigios de ingenios abandonados a su suerte en los campos cubanos, que esto parece un museo a cielo abierto. Tristemente, no debiera ser así.
En Cienfuegos le sucede semejante a muchas estructuras emblématicas de aquellos tiempos.
Al menos nos dejan el consuelo de aprender a valorar más el pasado.
Me enacantó !!!!! Quedé con ganas de más !!!!!